Visto y Oído

francisco andrés gallardo

'Gromenauer'

Como la sintonía del Mercadona y la de Informe Semanal, el sonsonete del Gordo, los polvorones y las uvas en Nochevieja, sólo entre españoles nos reconocemos si oímos a alguien decir "jarl", "finstro diodenal" o "cobarrde". Casi un cuarto de siglo después de que apareciera en la tele Chiquito de la Calzada sus innumerables expresiones perviven con brío en el léxico de la calle, en reacciones espontáneas, en unos rasgos de simpatía que no podría costear ni la mejor campaña promocional sobre nuestro carácter. El Sur existe en esas expresiones, aunque no lo valoremos. No el Sur de la autocomplacencia de peineta y copleo; sino el Sur sabio, por encima de sus precariedades, generoso y noble ante los tópicos. Chiquito, garum de las esencias andaluzas de un trío de milenios, era inimitable aunque lo imitara todo el mundo. Y precisamente gracias a imitadores como Florentino Fernández "gromenauer" o "meretérita", espejitos rotos del vocabulario, se extenderán en el tiempo y a saber hasta cuántas generaciones perdurará lo que nos legó el autor de ese léxico de buen rollo. Esa complicidad entre españoles (y sólo puede ser entre españoles) cuando doblamos los brazos al encorvarnos contribuirá a que pasen a la posteridad tantos dejes y latiguillos. El evangelio catatónico de Lucas. Macondo chistoso.

Exprimido en su descubrimiento, podría hacer más o menos gracia, pero su contribución tan involuntaria como evidente está ahí. Ha tenido que morirse el pobre de Chiquito para que crezca su figura hasta el respeto y el reconocimiento de su poder de seducción e influencia en una sociedad española que necesita más que nunca el pegamento de la empatía. Detalles de esos que nos unen, como la afición a las aceitunas y al tinto de verano (que no la sangría, que es para los guiris). Esos detalles que van más allá del bagaje cultural y que nos representan y nos unen. Ya todos los nombramientos y fotografías sobran, aunque serían necesarios. Cuando se amaine lo de Cataluña el Rey tiene pendiente nombrar un conde póstumo.

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