Zemeckis rodaba junto a la segunda parte esta última entrega de las aventuras de Marty McFly (siempre eficaz Fox) y Doc. El inventor tiene ahora el coche de la máquina del tiempo averiado y se halla prisionero en la época del Oeste. Marty se encuentra en 1955 y acaba de encontrar una carta escrita por Doc en 1885. En ella, le pide que arregle el coche, aunque aclara que se encuentra muy a gusto en el pasado.

Revisión reciente de todos los cánones del género del western en una más que aceptable resolución. Una acertada fotografía, a la altura de un reparto entregado a la causa para evocar a los mejores clásicos, con un desarrollo entretenido. En 1882, en Nuevo México, el sheriff Virgil Cole (un Ed Harris a sus anchas) y su socio Everett Hitch (Viggo Mortensen) reciben el encargo de pacificar Appaloosa, una ciudad sin ley que vive de las minas y que está dominada por Randall Bragg (Irons, sobreactuado como casi siempre), despiadado y poderoso ranchero. Pero la llegada de Allison French, una viuda, amenaza con destruir la larga amistad de los socios.

La intriga se entrelaza con la comedia negra en un trabajo de Besson muy alejado de sus más ingeniosas tramas. Los rostros estelares, inclusive un De Niro dispuesto a todo por un puñado de dólares, enmiendan la pobreza de guión. Una familia mafiosa americana es trasladada a Normandía bajo un programa de protección de testigos del FBI. Aunque hacen lo posible para seguir otra vida, se ven obligados a utilizar sus viejos métodos.

Esto sólo tiene gracia si se aceptan los rictus de Schneider, con un humor que pretende ser gamberra y que se convierte en una sucesión de patochadas. Con la sinopsis es suficiente para reconocer esta propuesta de medianoche: Stan, un agente inmobiliario, aterrado ante el hecho de ir a la cárcel por culpa de un delito de estafa, tratará de aprender una misteriosa arte marcial para intimidar a los reclusos y ser así respetado.