Pues principalmente por Jorge Javier, y aquí es necesario puntualizar. Obviamente no por la falta de profesionalidad del presentador, que ha demostrado ampliamente que sabe llevar un plató efervescente. El problema es que la cadena parece estar convencida de que el conductor de Sálvame Deluxe es capaz de estar al frente de cualquier formato y no, no es así. Las comparaciones son odiosas pero ha robado la frescura y diversión de las galas de Mercedes Milá; la pasión verdadera por el formato de la presentadora frente a una lectura rigurosa de un cue sin más ánimo que el de lucro. Falta de conexión total con los concursantes y una parcialidad muy mal llevada han hecho el resto.

Tonto y tongo son dos palabras que han acompañado a la edición número 17 del reality desde las primeras semanas de concurso. El público de Gran Hermano no es tonto y la posibilidad de tongo ha sido carne de Twitter noche sí noche también. ¿Qué fue del concursante número 17? ¿Qué invento fue ése? Un ente al que el programa atribuía la decisión de la audiencia que aparecía cuando el guión parecía requerirlo, y casi siempre en favor de las que parecían (de nuevo, parecían) las preferencias del programa para llevar la convivencia y el ánimo de la audiencia por donde convenía en cada momento. Esta idea ha perseguido al programa casi desde el principio haciénole mucho daño, una tendencia que terminó el pasado jueves, curiosamente cuando arrancaba su fase final y Chicote empezaba a tomar posiciones en la noche de los jueves.

Una edición comentada, polémica, de porcentajes discutibles y sorpassos más que sospechosos, que a su favor ha contado con un casting buenísimo que ha roto con la tendencia decadente de los últimos años en cuanto a roles dentro de la casa y algunos giros en el guión, como la creación de El Club, muy bien estudiados. Aún faltan tres semanas de concurso, a ver qué pasa.