Toros

Arcoíris sobre la Maestranza, festejo gris sobre el albero

  • Oliva Soto consigue los mejores pasajes ante el tercer toro, pero falla con la espada · Iván Fandiño se jugó la vida sin contemplaciones ante el peligrosísimo segundo · Luis Vilches, sin frutos ante su lote

GANADERÍA: Corrida de Conde de la Maza, de desiguales hechuras y astifina; ofreció un juego desigual. El mejor para la muleta, el tercero. TOREROS: Luis Vilches, de rosa y oro. estocada caída (silencio). En el cuarto, pinchazo y entera (silencio). Iván Fandiño, de nazareno y azabache. Pinchazo y casi entera (silencio). En el quinto, dos pinchazos y casi entera (silencio). Alfonso Oliva Soto, de blanco y oro. Tres pinchazos y media (saludos). En el sexto, tres pinchazos (palmas tras aviso). Incidencias: Plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla. Lunes 25 de abril de 2011. Más de media entrada, en una tarde con nubes altas y amago de lluvia en el sexto; luciendo el arcoíris.

No todo en la vida es maravilloso. Ayer lució un hermoso arcoíris sobre la Maestranza. Pero el público no salió contento, aburrido ante un festejo grisáceo, que se desarrolló en el amarillo albero de la plaza de Sevilla. Muchos espectadores se dedicaron a reflejar en instantáneas y teléfonos móviles esa maravilla de la naturaleza, el arcoíris, que mucho antes de que lo estudiaran Newton y Descartes, ya lo recogía el Antiguo Testamento en Las siete leyes de los hijos de Noé. Pero dejemos el fenómeno óptico y colorista y pasemos a esa franja grisácea que fue la corrida de toros. El encierro marcado con el hierro de Conde de la Maza, con desiguales hechuras, fue astifino, y tuvo un comportamiento desigual. De la terna compuesta por Luis Vilches, Iván Fandiño y Alfonso Oliva Soto, el único que escuchó una ovación fue Oliva Soto, quien llegó a calar en el público con fuerza. Aunque, al igual que sucedió el año pasado, el torero sevillano emborronó su faena con la espada.

Alfonso Oliva Soto fue como una especie de rayo de sol -dorado como su chaleco- en su actuación ante el tercero de la tarde. El torero camero sorprendió por su actitud y aptitudes para lidiar un toro, el tercero, que fue muy protestado al perder las manos reiteradamente. La presidenta lo mantuvo, pese a las protestas. Oliva lanceó con buenas verónicas ganando terreno en los lances de salida. Muleta y espada en mano, levantó la montera para brindar al cielo -suponemos que a su tío, el banderillero Ramón Soto Vargas, al que un novillo de la misma divisa que la que el toro que lidiaba ayer mató en la Maestranza-. Ante todo, el diestro sevillano creyó en lo que hacía. Comenzó bien con la diestra, para diseñar una serie francamente bella y cadenciosa al natural. La ovación fue enorme y la música acompañó la faena. Mas el toro se apagó de inmediato y las series fueron ya muy cortas, pero con muletazos con sabor, como un deslumbrante cambio de mano. El público estaba con él. Pero el diestro -¡el pitón derecho del condeso era de respeto!- se tiró hasta cuatro veces -pinchazos y una media-. Tenía ganado un trofeo, pero todo quedó en una ovación.

Con el imponente castaño sexto, manso y deslucido, Oliva Soto se lució en una torera apertura con la franela. Consiguió una tanda estimable por cada pitón. Como siempre, lances y muletazos con ese cierto salero, algo agitanado, que aporta siempre Oliva Soto. Pero nuevamente... a pinchar.

El utrerano Luis Vilches, que manejó bien la capa a la verónica, pechó con un primero muy complicado. Con el soso cuarto, porfió sin lograr nada destacable.

Iván Fandiño se justificó con creces ante el toro más peligroso de la tarde, el segundo, un animal mirón, que midió mucho al torero vasco, al que se tiró en más de una ocasión a la pechera. Y ante el quinto, que fue a menos, el trasteo de Fandiño no pasó de voluntarioso.

Que el cielo lagrimease al cierre del pobre espectáculo entraba dentro de la lógica. Algunos espectadores, previsores, abrieron los paraguas. Pero la mayoría seguía contemplado con agrado ese misterioso y bello arco que brillaba entre el cielo y la tierra. Era lógico, porque en la arena de la Maestranza poco o nada había quedado para el recuerdo.

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