Toros

Loor y gloria para Manolito Báez 'Litri'

HOY se cumplen 86 años de la muerte de Manuel Báez Litri. Uno de los nombres punteros y mas queridos en la historia taurina de esta ciudad, es rememorado a través de los minuciosos datos con los que un compañero de la información, Vicente Parra Roldán, vierte hoy certeramente a través de una charla que mantuvimos días atrás. Para el compañero, la figura de Manolito Báez "es de una importancia tremenda a la hora de entender la dinastía Litri, porque a pesar de la corta trayectoria profesional que cortó en seco su temprana muerte, Huelva se ilusionó con él de una forma muy especial".

Como certero notario de cuanto acontece en derredor de la Tertulia Litri, suya es ésta síntesis que a continuación desgrana un nuevo recuerdo y homenaje a la figura de todo un símbolo de la torería onubense.

Manuel Báez nació el 3 de agosto de 1905. Era hijo de Miguel Báez, que, tras su retirada como torero, llegó a ser concejal del Ayuntamiento y persona muy respetada, especialmente entre sus convecinos del Barrio de San Sebastián.

Lógicamente, Manolito vivió sus primeros años en un ambiente taurino y rodeado de antiguos partidarios de su padre, por lo que la afición tenía que llegarle por fuerza. Y el pequeño hizo sus escarceos, mientras don Miguel fingía no enterarse de la vocación de su hijo, pretendiendo que se alejara de la misma.

Pero la fuerza de la sangre es muy grande y Manolito le planteó a su padre sus deseos de ser torero. El viejo maestro, conocedor de las dificultades que iba a encontrar su hijo, quiso ponerlo a prueba para que comprobara la dureza del toro y que aquellos devaneos se le fueran de la cabeza.

Miguel hizo mover sus influencias y pidió al empresario local que comprase una res para que, a puerta cerrada, la torease su hijo. Y así se hizo, aunque con la particularidad que el rumor se había corrido por toda la ciudad y, en los graderíos del coso, había casi cientos de aficionados.

Ante este éxito, el patriarca permitió que siguiera con su carrera. Pero Huelva quería volverlo a ver y días después se organizó un festejo que sirvió para su presentación oficial. Y el 12 de julio toreó dos novillos de Eliécer Montiel.

Había comenzado la carrera de un torero y la ciudad estaba enloquecida con el nuevo Litri. Y Manolito fue matriculado en la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, donde fue un alumno aventajado y tuvo oportunidad de profundizar en el conocimiento del toreo.

La corrida de la Prensa del 16 de julio de 1925 significó en la vida de Manolito la más alta ovación, la que le abrió las puertas de la gloria y sus ideales de contratos, popularidad y dinero. Fue la famosa corrida en la que él y El Niño de la Palma hicieron concebir esperanzas de que se abría una nueva y gloriosa época del toreo, tras haberse cerrado aquella nefasta tarde de Talavera de la Reina.

El Litri realizó un toreo extraordinario con el toro Candil, de Martínez. Sus cualidades de valor realzaron su trasteo de muleta, que impresionó al público. Toreó quieto, pasándose el toro rozándole la ropa y con aquel aire de dejadez, de abandono a lo fatal que tan fuerte sello racial imprimió su arte. Un pinchazo y un volapié remataron la faena, que fue galardonada con la oreja del toro y, tras votación de los aficionados, con la de oro que se ofrecía como trofeo a la mejor actuación de la tarde.

Para hacer entrega de la oreja de oro se montó el 2 de agosto una corrida extraordinaria en la que Manolito actuó junto a Chicuelo y Zurito, con toros de Belmonte. Armando Palacios Valdés, secretario de la Asociación, se trasladó a Huelva para la entrega de la oreja, con la que dio una emocionada vuelta al ruedo. En un gesto que puso de manifiesto su onubensismo y su amor a la Virgen de la Cinta, bajo cuya protección actuaba en los ruedos, el torero quiso obsequiar a la Patrona de Hueva con el trofeo, por lo que ofrendó el galardón a la Reina del Conquero, en cuyo Santuario permaneció la oreja de oro hasta que, durante los trágicos sucesos de la Guerra Civil, desapareció.

El torero onubense se había alzado a la cima del toreo y, cuando la temporada de 1926 va a iniciarse, la expectación era máxima; sin embargo, se truncaría su carrera el 11 de febrero, en la corrida regia que se celebró en Málaga. Aquella tarde se lidiaron toros de Guadalest por parte de Marcial Lalanda, Manolito y Zurito. Lleno total en los grádenos y deseos de disfrutar no sólo con la presencia de los Reyes de España.

En segundo lugar salió Extremeño, berrendo en negro. Desde que abandonó el toril mostró síntomas de vencerse del lado derecho. Manolito o no vio o no calibró la trascendencia de tal condición y, al dar el primer pase de muleta por alto, fue cogido y volteado y corneado en el suelo. Sufrió una cornada en el muslo derecho, que fue calificada de gravísima. Trasladado a una clínica, a los cuatro días de la cogida se le presentaron síntomas de gangrena y hubo necesidad de amputarle la pierna el día 17, sin que bastara este remedio heroico. Falleció en la mañana del día 18.

Trasladado su cadáver a Huelva, fue velado en el Comercial por sus paisanos que le acompañaron en su último paseo por la ciudad y, de manera especial, por las calles del Barrio de San Sebastián, donde se habían forjado sus ilusiones de ser torero. Y la ciudad se echó a la calle para velarle y acompañarle hasta el cementerio, donde, por suscripción popular, se erigió un mausoleo.

Manolito fue un torero muy representativo del momento taurino en el que le tocara actuar. El parón, es decir la estática espera con los pies inamovibles al arranque del toro, tuvo en él su más dramático cultivador y lo intentaba en cualquier clase de toros con temeridad increíble.

Fue víctima precisamente de esta su concepción del toreo, que daba un carácter impresionante lo mismo a las suertes básicas que a algunas de adorno que, con capa y muleta, solía intentar. Su aire torpe y como abstraído en la plaza, aquel presentarse al trance como quien se deja conducir al sacrificio, hasta un tic nervioso que le hacia cerrar los ojos en el momento de embestirle la res daban a su toreo un tono sombrío y trágico, cuya autenticidad había de acreditar la muerte.

En lo personal, Manolito fue un muchacho jovial, simpático, amigo de sus amigos, que supo ganarse el aprecio de cuantos le rodearon en su vida, en la que, además de los toros, se entregó a su familia y a su gente.

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