Séptima corrida del abono

Manzanares, sublime sinfonía a cámara lenta

  • El presidente Julián Salguero indulta inmerecidamente un toro nobilísimo, pero que manseó, de Núñez del Cuvillo tras una faena histórica del alicantino, que abrió por primera vez en su carrera la Puerta del Príncipe

GANADERÍA: Corrida de Núñez del Cuvillo, incluido un sobrero del mismo hierro, que saltó como segundo bis, en conjunto mal presentada y de juego dispar. Fue indultado, inmerecidamente, el tercero; y ovacionado el que abrió plaza.

TOREROS: Julio Aparicio, de azul y oro. Bajonazo (algunos pitos). En el cuarto, dos pinchazos y estocada casi entera (algunos pitos). José Antonio 'Morante de la Puebla', de verde y oro. Pinchazo hondo y descabello (saludos). En el quinto, pinchazo hondo y cuatro descabellos (algunos pitos). José María Manzanares, de azul y oro. Dos orejas simbólicas. En el sexto, estocada (dos orejas). Incidencias: Real Maestranza. Sábado 30 de abril de 2011. Lleno. Extraordinaria la actuación de toda la cuadrilla de Manzanares: Trujillo, Curro Javier, Blázquez, Chocolate y Barroso.

En la previa del Domingo de Resurrección advertí sobre el palco presidencial de la Maestranza, por las improvisaciones por parte de la delegada de Gobierno, Carmen Tovar, con una dimisión ya en puertas de la Feria de Abril y con cambios de usías, algunos sin experiencia en plazas de máxima responsabilidad. Cuando todavía no se ha llegado al ecuador de la Feria, Julián Salguero rebajó ayer la categoría de la Maestranza, con un indulto inmerecido a un toro de Núñez del Cuvillo, Arrojado, negro, de 520 kilos, de excelente nobleza, pero que hizo una pelea normalita en varas, donde lo cuidaron y fue muy bien picado por Chocolate y que manseó durante su lidia. Lo del indulto es algo muy serio. Y en Sevilla no se concedía desde 1965. Fue a un novillo de Albaserrada. A un toro, como me comentaba uno de los aficionados más veteranos de la Maestranza, "no sucede desde hace siglos".

 

El presidente no se atrevió a dar aviso alguno a Manzanares, que cuajó una faena que fue una auténtica sinfonía a cámara lenta. El usía, o bien asustado ante la insistente petición -no mayoritaria- del público, o bien porque perdió los papeles, o porque no tiene ni la más remota idea de lo que es un toro bravo, sacó el pañuelo naranja y lo que es algo extraordinario -el indulto- lo convirtió en un hecho insignificante. Porque este tercer toro, justito de trapío, con una pelea normalita en varas, buscó de inmediato refugio en tablas, junto al portón de caballos, donde tuvieron que ir a banderillearlo. Luego, el diestro tuvo que sacarlo varias veces de la querencia de tableros. Con la rebaja de exigencias en un hecho tan trascendental, ¿dónde acabará el prestigio de la Maestranza?

 

Lo que realizó en el ruedo José María Manzanares con este toro, al que en el argot, por su extraordinaria nobleza, se le denomina hermanita de la caridad, fue sublime. Abrió con una tanda con la diestra, muy suave, en un toreo en redondo maravilloso. En la segunda serie uno de los muletazos fue tan largo que casi llega su brazo y el toro allá, a Triana y lo envolvió tras un cambio de mano sensacional. El público coreaba los oles constantemente. Otra, moviendo la tela tan rítmica y suavemente ya apuntó que aquello era una sinfonía de toreo. Pero es que los naturales de la primera serie amanecían y se ocultaban con una lentitud pasmosa; como esos amaneceres y atardeceres a orillas del Gualquivir. Volvió a la diestra el alicantino con una tanda que cerró con un molinete y un parsimonioso pase de pecho. El público, en pie; la palmas echaban humo. En otra más, cuando el toro dudó, lo esperó con un fallero -un pase por la espalda- que ligó a uno de pecho en el que se fundió con el toro. El respetable saltaba de alegría en sus asientos. Ahí, el alicantino ya comenzó a alargar su faena en busca del indulto, con parte del público aflorando pañuelos en busca de ello. Tras una faena vibrante de Manzanares, el presidente sacó el pañuelo naranja. 

 

José María Manzanares, uno de los solistas que mejor interpreta el toreo clásico, que hizo sonar su singular partitura de manera excelsa, recorrió el ruedo de la Maestranza, entre una atronadora ovación y las dos orejas simbólicas del astado, acompañado del ganadero Álvaro Núñez del Cuvillo.   

 

Manzanares rubricó su gran tarde con el sexto, Campanito, al que correspondía tal diminutivo por chico. De cara aniñada, se partió un pitón al chocar con el peto. Comenzó embistiendo a brinquitos en la muleta, hasta que lo atemperó un Manzanares que, con temple privilegiado, le sacó muletazos bellísimos en dos tandas con la diestra. En otra, el ritmo, la cadencia y la enjundia de los pases volvieron a enloquecer al público. Con la izquierda, el torero alicantino volvió a brillar al natural. Y volvió a la diestra, con muletazos larguísimos y templados. Una estocada arriba y le concedieron dos orejas, con gritos de "¡Torero, torero torero...!".

 

Julio Aparicio, salvo un quite a la verónica, con una media y una revolera y una apertura de faena al noble primero que fue de nota, con un cambio de mano mágico, el resto fue para olvidar, incluida la impotencia ante el descastado cuarto.

 

Morante no quiso ser menos. Y únicamente brilló en un quite en el primero, con un ramillete de verónicas marca de la casa -la tercera, un cartel de toros-, recibiendo una ovación extraordinaria. Con su primero, faena desigual, en la que que fue ovacionado por su esfuerzo. Y en el quinto, que se moría a chorros tras picarlo, tiró por la calle del medio y espada en mano lo cuadró de inmediato y mató malamente.

 

¡Gloria a Manzanares por su sublime sinfonía a cámara lenta de toreo eterno y adiós a un presidente que convierte en hecho corriente lo que siempre fue excepcional: la bravura del toro!

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