Muere el doctor Vila

El toreo llora por Ramón

El toreo llora por Ramón

El toreo llora por Ramón

Se ha muerto Ramón Vila y los adentros se me han hecho añicos. Era el portero del equipo de mi colegio y eso sería motivo más que suficiente para que su muerte me duela en el alma. Portero del equipo de fútbol de mi colegio marista al que admirábamos los que habíamos llegado a la vida después que él y en aquel patio de San Pablo disfrutábamos de su autoridad. Eso está grabado en lo más lejano de mi arcano, pero es que Ramón Vila ha sido un personaje principalísimo en la Medicina y en esta ciudad, a la que sembraba de bonhomía en cada paso que daba.

Se ha muerto Ramón Vila, me comunicaba muy temprano Carlos Crivell, ese compañero de Ramón y mío. Y a mí se me helaron los adentros porque caliente está aún el cariñoso abrazo que me dio hace unos días en un acto taurino, y como por ensalmo se me vinieron vivencias compartidas. En primer lugar se me viene a la sesera que fue el último médico que, va para veinte años, asistió a mi padre por última vez en el viejo Pabellón Vasco.

Ramón Vila Giménez (Giménez con G, por favor, recalcaba) fue en la Medicina taurina una especie de lo que significó Mascarell para José o Jiménez Guinea para Manolete. Dicen que en la enfermería de Pozoblanco resonaron las palabra de Paquirri en su ruego desesperado de que llamasen a Ramón Vila. La presencia de Ramón en el burladero de los médicos de la Maestranza era como si el Ángel de la Guarda no hubiese faltado a la cita.

Ramón entró en la enfermería de la plaza como ayudante de su padre, el doctor Vila Arenas, y de su amor filial queda muestra con los premios que creó con el nombre de su padre. Le daba un premio al arte y otro al compañerismo que aparece cuando un torero, mayormente de plata, se juega la vida para salvar la de un compañero en apuros. Lo hizo en 1980 y los primeros premiados fueron Curro Romero como excelso intérprete de la verónica y el coriano Manuel Villalba por el quite providencial.

Aquel acto, celebrado en un bar de calle Salado, fue el principio de una lista de honores que aún perdura. Ramón, en el burladero de médicos, inspiraba confianza y a la hora de hacer el paseo, los miedos se atenuaban a sabiendas de que Ramón estaba allí. Ahí empezó en los tempranos setenta y su notoriedad se disparó cuando aquel percance de Paquirri en la Feria del 78. Un toro de Osborne le destrozó los dos muslos al de Barbate en banderillas y hubo momentos en que se temió una amputación. Ramón y Paco salieron con bien del suceso y a partir de ahí, su amistad con Francisco Rivera llegó hasta más allá de Pozoblanco, ya que fue albacea en el testamento del torero.

Han sido muchas las vidas salvadas por la cirugía de urgencia gracias al bisturí de Ramón. Cómo llegó, casi sin sangre, Pepe Luis Vargas a la enfermería por el cornalón que le dio 'Fantasmón', un 'pregonao' de Joaquín Barral. O cómo Curro Romero, alarmado por el cariz de la cornada recibida en la suerte suprema, se vino de Almería para ponerse en sus manos es otro ejemplo de la fe que los toreros tenían en las manos de Ramón Vila Ramón tuvo su año negro en 1992, pues tuvo el infortunio de que dos toreros de plata llegaran con el corazón roto a la enfermería. Manolo Montoliú y Ramón Soto Vargas fueron la pesadilla que acompañó a Ramón hasta el final. Aun sin culpa alguna, estos dos percances le acompañaron de por vida. El día que enterraron a don Antonio Leal Castaños, el antecesor del padre de Ramón en la enfermería de la plaza, yo vi cómo Mariano Martín Carriles lloraba como un niño chico porque se iba el hombre que le había salvado la vida y hoy llorará el toreo con mayúsculas porque se le ha ido uno de sus ángeles de la Guarda. Ramón, amigo, descansa en paz.

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