En el palco, entre el alcalde, Francisco de la Torre, y el presidente del Unicaja, Eduardo García, pasó desapercibida la figura de Jordi Bertomeu, el director ejecutivo de la Euroliga. Durante toda la pasada temporada se convirtió en el enemigo número uno del Carpena. Se pitó el Devotion, himno de la Euroliga, se le recuerda, no para bien, con constancia e incluso se pusieron en billetes distribuidos por la grada su cara en un partido después de que se conociera que el Unicaja no jugaría en la siguiente edición de la máxima competición continental.

Es algo bastante curioso, pero la decisión de Bertomeu de retirar la licencia ha propiciado que Málaga vibre como no se recordaba desde hacía tiempo y que esté cerca de ganar su primer título oficial desde 2006. Sólo en la final de la Copa del Rey en 2009 y en la Supercopa de 2015 estuvo a 40 minutos de un título desde entonces.

El caso es que el señor Bertomeu pudo comprobar en primera persona cómo Málaga es una plaza con mucha pasión por el baloncesto, que no sobraría en la nueva Euroliga que se está construyendo. Realmente, es la percepción que existe, que tanto Valencia Básket como el Unicaja llenarían perfectamente en la competición máxima. Sin embargo, les penaliza el hecho de que España sea el país con más licencias A en el torneo.

El campeón de la Eurocup jugará la próxima Euroliga, salvo que Estrella Roja o Darussafaka, el equipo que entre en la última jornada en el duelo directo que tienen, ganen la Euroliga. Es el único asterisco. En el caso de que un equipo sin licencia, y turcos y serbios son los únicos que no la tienen de los que siguen en liza en la máxima competición, venza en la Euroliga la invitación sería para ellos en detrimento del campeón de la Eurocup. Un caso improbable pero no descartable.