Vivir

Diez historias, un sólo vértice

  • La Magna lleva las devociones a la ciudad con la Victoria como piedra angular de una jornada para el recuerdo

Las grandes devociones de Málaga tienen sus propias idiosincrasias, lo que las hace únicas. No importa que existan las mismas advocaciones en otros lugares, aquí se vive diferente. Son de las que llevan el artículo en mayúscula. Todas ellas, con motivo del 150 aniversario de patronazgo y 75 de coronación canónica de la Victoria se dieron cita en otra cita con caja alta: la Magna Santa María, Madre de la Iglesia en Málaga. Una cita irrepetible.

Apenas necesita la ciudad un motivo para poner en la calle a diez tronos y advocaciones para respaldarlas sin contemplaciones. Todas puestas a merced de la Virgen de la Victoria, con detalles alusivos, imágenes o cartelas. Si bien la Patrona no gozó del protagonismo que desde un inicio demandaba, el respeto fue parte de la relación entre todas las hermandades. Todas ellas supieron dar su lugar y protagonismo a quien les esperaría después en la plaza del Obispo.

El primer punto de encuentro tenía lugar en Capuchinos, frente al santuario inspectorial. María Auxiliadora abrió las puertas en su tradicional fecha de salida desde la casa hermandad de Salesianos con su barrio de nuevo reunido en torno a ella. José Manuel Molina, quien fuese hermano mayor y pregonero de las hermandades de Gloria este año, fue el encargado de dar los primeros toques de campana para que la Virgen levantase y los hermanos de la Archicofradía comenzasen a cantar el himno a su Virgen. Junto con los niños de comunión y los vestidos de ángeles, que se retiraron en la casa hermandad de las Penas, ascendieron hasta saludar a María Auxiliadora y dirigirse al centro histórico once años después del centenario de su coronación y en besacinta, como hiciese cien años atrás.

En el centro histórico, Santa María de la Victoria abría camino e inauguraba el novedoso recorrido oficial con el obispo, Jesús Catalá, ubicándose en calle Larios ante las andas de la Virgen, que lucieron guirnaldas de flores y los faroles de Jesús de la Pasión. Ante ellos procesionaron la corporación municipal, la Diputación y el Cabildo Catedralicio. La Virgen quedó dispuesta, tras volver a la Catedral, sobre la carroza del Corpus y bajo un dosel con los mismos aires de su tradicional novena, incorporando arbotantes a los lados.

Por su parte, calle Carretería recordaba con suspiros el Martes Santo cuando la Virgen del Rocío llenaba sus aceras para visitar, por última vez antes de su destrucción, la Tribuna de los Pobres. Volvieron los pulsos, la Virgen con mantilla, los cánticos con Encarnación Coronada y se sumaba el disfrute de los visitantes que, por primera vez, afirmaban sentirse admirados por la grandiosidad y el mimo puesto por todas las hermandades en su puesta en escena.

La acción se trasladaba después al Perchel. Soledad de Mena conquistó el puente de la Esperanza tras encontrarse con Dolores del Puente por minutos para avanzar ambas seguidas. La Virgen de Santo Domingo, que estrenó la gloria del palio, se volvió para saludar a la divina prisionera del romero, en palabras de Garrido Moraga, a los sones de su Himno de Coronación.

Mientras, bajo la fantasmagórica imagen del antiguo edificio de Correos, aparecía bajo el palio de la Reina de los Cielos la Virgen del Carmen con una estética rompedora, con ráfaga de ocho y manto blanco largo, para rendir honores a la Esperanza bajo los sones de la banda de Salteras. Los capataces pedían concentración para no perder el paso al subir el escalón y realizar la maniobra perfecta, sin perder el tiempo para llegar hasta calle Martínez con la celeridad necesaria.

Por su parte, la Virgen de la Amargura cruzaba el puente de la Aurora, aunque el cruce de María Auxiliadora por Pozos Dulces obligase a cambiar el acceso a la plaza de Enrique García-Herrera sin posteriores incidencias una vez llegados al inicio del recorrido oficial. La Dolorosa relució con el sol en su búsqueda del centro histórico.

Tras ella, la Virgen de la Trinidad asumía su papel de coronada en la jornada en que debía procesionar por su barrio sin perder pie, demostrando que hay devoción más allá de Jesús Cautivo. La corporación debió esperar en su discurrir por el centro histórico mientras los foráneos discutían sobre su advocación. Una hermana en el cortejo les sacaba de dudas con una estampa con la que evitar cualquier despiste en el futuro.

Al final de la larga peregrinación, María Santísima de la Esperanza confundía el verde con el del Mercado de Atarazanas recortando su perfil en la vidriera del recinto. Ante ella, un cortejo nutrido de hermanos y numeroso público redescubriendo la estampa de la Virgen a la luz del día en la calle. Junto a ella, Dolores de Expiración traía las últimas esencias percheleras para adaptarse a las condiciones de una extraordinaria de este calado. Todo el esplendor de Enrique Navarro y sus hermanos quedó de nuevo dispuesto en la calle.

En la plaza del Obispo, frente a las sillas y la tradición del chaqué y la mantilla, Santa María de la Victoria recibió bajo cánticos y oraciones a todas las devociones. La organización -la real, la que pide el relevo generacional con ahinco en una hermandad que lo necesita- lo hizo posible, si bien diez personas son insuficientes para obrar la perfección. El encuentro hecho imagen bajo una misma mujer convertida en mil formas de ver una misma historia. En el sentido de la celebración y el hecho más esperado, disfrutado por unos pocos en el recinto cerrado y por muchos desde sus hogares.

Al final, como cualquier narración, todo vuelve a su cauce y su lugar. Y para que las imágenes lleguen a buen templo siempre hay personas detrás. Quien con ilusión porta la bandera de María Auxiliadora. La mujer que lleva un cirio ante Rocío. El que porta un cirial con la Victoria. Quien toca la campana en la Soledad. Aquel que sostenía el pabilo ardiente en Dolores del Puente. La madre que guardaba con celo a su hija con la Virgen del Carmen. El organizador del cortejo de Amargura. El mayordomo de trono de Trinidad. La componente de la banda de Esperanza. El portador de Dolores. Todos ellos hacen posible estas historias ofrendadas al pueblo de Málaga.

Con todo ello, el vértice que supone la Victoria con el resto de advocaciones. Su principio y fin, la leyenda de una procesión magna vivida por todo lo alto. Una ocasión irrepetible para que, desde hoy, todo vuelva a su lugar.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios