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La Agricultura Familiar es la gran desconocida y mucho más

  • La está dispuesta a jugar un papel activo en el Decenio impulsado por la ONU

Explotación familiar.

Explotación familiar.

EL huerto que tiene tu madre detrás de casa o el corral con un par de gallinas de tu vecino no es agricultura familiar. Son ejemplos de agricultura doméstica, pero no del modelo de producción que alimenta el mundo.Tampoco los cultivos y rebaños que alimentan a la familia propia son agricultura familiar. Es agricultura de subsistencia, pero es muy común confundir ambas y este error suele hacer que muchas personas crean que la agricultura familiar es exclusiva de países con altos índices de pobreza.

Entonces, ¿qué es agricultura familiar? Hace poco leí en un reportaje esta definición que me gustó mucho: “Es la agricultura y ganadería que las grandes multinacionales muestran en sus anuncios publicitarios, la que produce alimentos que te hacen sentir orgulloso de tu pueblo y vecinos, la que los niños de la ciudad visitan cuando en el colegio quieren enseñarles qué es el campo”.

Es esto y mucho más. Y es que en las explotaciones familiares las decisiones empresariales son tomadas por la familia, no por una junta directiva. Es un modelo que redunda en la economía, la naturaleza y las comunidades que lo practican, ya que crean más puestos de trabajo, éstos son de más calidad y cuidan mejor del medioambiente.

Además, la agricultura familiar alimenta el mundo. Aunque no lo creas, las grandes explotaciones propiedad de corporaciones empresariales solo se encargan de poner la comida en un porcentaje pequeño de platos. Son las pequeñas y medianas explotaciones agrarias familiares las que producen el 80% de los alimentos y ocupan entre el 70 y el 80% de las tierras de cultivo del mundo, según la FAO. A pesar de todo esto, es un modelo poco protegido, en la mayoría de los casos ignorado por las autoridades. Solo algunos países tienen una legislación para la agricultura familiar y en esto nos llevan ventaja en el hemisferio Sur.

El patriarcado que lo impregna todo también está en sus entrañas. La FAO reconoce que hay una brecha de género en la propiedad de la tierra, solo el 15% de la misma es propiedad de mujeres. Sin embargo, no hay brecha a la hora de trabajar, para eso las mujeres sí que ponemos el 50% de la mano de obra. En Europa, “la avanzada Europa”, la situación no es mejor. En 2016, solo el 28% de los jefes de explotación en la UE eran mujeres. Un porcentaje que, además, maquilla los índices vergonzosos de países como Alemania (10%), Dinamarca (8%), Malta (6%) y Países Bajos (5%). España, por aquel entonces, contaba con el 23% de las explotaciones administradas por mujeres.

Tenemos menos explotaciones y, además, estas son más pequeñas. Así que cuando buscamos el detalle la situación es incluso peor: en la Unión Europea el porcentaje de tierras en propiedad de mujeres es del 12%.Dada su importancia demostrada y los pocos apoyos de los que goza, no es de extrañar que la ONU haya decidido darle un impulso mayúsculo: nada más y nada menos que el Decenio de la agricultura familiar, una iniciativa global para impulsar este modelo que empezaba el mes pasado en una convención celebrada en la sede de la FAO en Roma.

Parece un período largo, pero el objetivo es ambicioso. Para la ONU, el trabajo desarrollado durante este decenio es una herramienta clave para el cumplimiento de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible). No podía ser de otra manera, la alimentación es el más común de los temas para toda la humanidad; su producción necesariamente es indispensable a la hora de alcanzar los 17 objetivos que nos hemos propuesto conseguir antes de 2030.

En Fademur sabemos que, sin nosotras, la mitad olvidada de la población, el Decenio no tendrá éxito y no cumpliremos los ODS. Por eso, llevamos años trabajando sobre ello, para estar preparadas de cara a esta década, tanto dentro de la organización como con otras entidades de todo el mundo bajo el paraguas del Foro Rural Mundial (WRF, por sus siglas en inglés).

En el último congreso del WRF, celebrado el pasado mes de marzo, unas cincuenta mujeres líderes y portavoces del medio rural de todos los continentes nos sentamos y pusimos sobre la mesa lo que necesitamos durante este decenio. Tenemos por delante una década en la que vamos a trabajar para conseguir, como mínimo, lo siguiente: en primer lugar, mejorar el acceso y la participación activa de las mujeres rurales en la agricultura familiar y la economía rural; en segundo, incrementar el acceso de las mujeres a los recursos naturales para la producción, especialmente la tierra y el agua, pero también a la información, las infraestructuras, los servicios financieros y los mercados; en tercer lugar, aumentar la participación e incidencia política y técnica de las mujeres agricultoras y sus organizaciones en los procesos de toma de decisiones, tanto al interior de las organizaciones como en los escenarios públicos de decisión sobre las políticas públicas que les afectan y en cuarto, luchar contra todas las formas de violencia ejercida contra las mujeres rurales.

Por último, desarrollar espacios de articulación en todas las escalas -nacional, regional y global- que permitan el intercambio de experiencias exitosas con las que las mujeres han logrado acciones políticas, sociales, económicas y culturales en pro de la igualdad de género en sus territorios.

Diez años parecen mucho tiempo, pero nosotras llevamos esperando demasiado. Esta vez no seremos ni espectadoras ni ejecutoras, esta vez nosotras también decidimos y decimos: ahora.

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