La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Catetas en Nueva York

Podemos es el socio menor de edad de un Ejecutivo en crisis al que le crecen... las mariachis que se pegan el viaje americano

La ministra y sus colaboradoras en Nueva York

La ministra y sus colaboradoras en Nueva York / M. G.

La foto de la princesa Irene Montero y su corte de mariachis en los Estados Unidos es una muestra inmejorable del 2x1. En una imagen se resumen la banalidad de la política actual y la que, por tanto, sufre la propia comunicación política, una disciplina que a base de humanizar a los figurantes nos somete a la tortura de conocer sus periplos, ejercicios físicos, recetas de cocina y heroicas demostraciones de conciliación de la vida familiar y laboral. Nos podríamos poner estupendos hablando de la ofensa hacia la gente que no llega a fin de mes, analizar el rédito que ha tenido el viaje para el interés general de los españoles o, por supuesto, preguntar por el coste, que debemos saber cuanto antes. No es necesario.

Las fotografías son una memez en toda regla. Hay que carecer de inteligencia para difundir esas imágenes que tan flaco favor le hacen al Gobierno, al partido político de las protagonistas y a la causa de la igualdad por la que la princesa Irene dice trabajar a base de tartitas de cumpleaños, tuits y otras manifestaciones ñoñas, pueriles y sencillamente poco serias en quienes gestionan el presupuesto de un Estado. Podemos es el socio menor de edad del Gobierno al que hay que tener monitorizado en sus viajes, gastos y apariciones públicas. Se le manda callar si es preciso. Es el socio que siempre elige la última fila del autobús para armar escándalo y librarse de la vigilancia del profesor. A estos pijos con estudiado desaliño hay que explicarles continuamente lo obvio: el concepto de cultura de defensa, el uso pulcro de los recursos públicos y, en definitiva, las claves del mundo adulto.

Claro que el socio mayor de edad, el PSOE pos-zapaterista, tampoco predica con el ejemplo, aunque al menos hay dos o tres cabezas serias sobre las que se sostiene (malamente) la mejor cara de un Ejecutivo en caída. A la princesa Irene solo le falta contarnos la fiesta del pijama con sus risueñas acompañantes, enseñarnos las bolsas de chucherías y los imanes de la Estatua de la Libertad para adornar el frigorífico. ¡Y esperamos el selfie travieso con la lengua fuera en el ice room del hotel! Son de plastilina, inconscientes, osadas. Son una muestra perfecta de la clase política bobalicona que nos torpedea con contenidos absurdos sobre unas vidas que no nos aportan nada. Todo lo frivolizan: desde los más nobles valores a la causas más justas. Y eso ocurre porque son personajes de mentira, sin nivel, huecos, inconsistentes. Catetas en Nueva York. Hace años llegaron a la Puerta del Sol y buscaron el reloj de las campanadas. Hoy han ascendido, han cruzado el charco y nos los cuentan como crías en un viaje de fin de curso. Les falta la banda sonora de Coque Malla. “Adiós papá, adiós papá, consíguenos un poco de dinero más”.

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