Miguel Delibes de Castro

"De Doñana le impresionó sobre todo el paisanaje"

-¿Tuvo relación con Andalucía?

-Poca. Contaba algunas historias de Cádiz, cuando hizo la Guerra Civil en el Canarias.

-Que era un niño.

-Tenía 17 años cuando se enroló voluntario. Contaba siempre que su grupo de amigos adolescentes de Valladolid, cuando ven que se  acerca la mayoría de edad, comentan que les aterra que les manden a unas trincheras, a disparar contra otros, cuerpo a cuerpo. Uno de los amigos les convence que es mejor ir en un barco, que no ves al enemigo y se apuntan todos en la Marina. El amigo que les convenció, Luis Fernández, murió en el crucero Baleares, que se hundió en la guerra. A él está dedicada la novela Madera de héroe. Mi padre contaba cosas de Cádiz, del paso del Estrecho, que están rememoradas en esa novela. La base del Canarias era Mallorca, pero patrullaban por el Mediterráneo y llegaban hasta Cádiz.

-Su primer contacto andaluz.

-Luego vinimos en el otoño del 64, mis padres y un hermano de mi padre, el tío Manolo y su mujer, y yo. Mis padres iban a coger un barco para América en Cádiz. Mi padre tenía fobia al avión, no le gustaba nada; embarcaron y yo me volví en coche a Valladolid con mis tíos. En aquel viaje vinimos por Granada, fuimos a la Alhambra, y dormimos en Sevilla, en la Puerta de la Carne, en un medio hotel media pensión...

-Luego se viene usted a Doñana.

-En el otoño del 72. Y la primavera siguiente vinieron mis padres.

-Le encantaría Doñana.

-Sí, sí, sí. Le impresionó más el paisanaje que el paisaje.  Encontró un señor francés que, a cambio de la comida, estaba viviendo allí anillando pájaros, y decía "pero este hombre a qué aspira, porque claro no gana dinero, no tiene sueldo".  Y estando en Doñana, llegaron unos en bicicleta que venían como desde Holanda. En la puerta les dijeron que para entrar había que pedir un permiso en Sevilla y, ante el asombro de mi padre, dijeron "ah, bueno, pues nos volvemos a Sevilla", montaron y se volvieron para acá.

-¿Y él qué decía?

-"¡Si yo vengo desde Holanda, llevo un mes en la bicicleta y cuando llego al destino me dicen que tengo que volver otros 80 kilómetros a buscar un permiso, quemo el Coto, la armo parda aquí!".

-Patearía todo aquello.

-Y hacía como que disparaba a las perdices, con las manos; volvía y decía "hubiera cobrado cinco", "habría vuelto con tres". Le gustó. También es verdad que viajar con mi madre le encantaba; mi madre le daba seguridad.

-Y volvió.

-Pronto. En el 74 hubo una mortalidad muy grande de aves en Doñana, que se achacaron a los pesticidas y entonces vino él solo. Escribió varias crónicas. Estuvo en Doñana tres o cuatro días; entrevistó a Valverde, que era entonces el director. E hizo varias cosas que luego figuraron como prólogo en el libro de Aquilino Duque El mito de Doñana. Luego mi madre moriría en noviembre de ese mismo año y en la primavera del 75, mi padre que estaba muy afectado, decidió que no quería quedarse en Valladolid en Semana Santa, ni ir a Sedano, que es donde íbamos habitualmente. E invitó a mis hermanos a que se vinieran a Matalascañas, a un hotel.

-¿Una Semana Santa familiar?

-Pero medio mala. El vacío de mi madre pesaba mucho. Él estuvo muy deprimido, muy hundido y muy  delgado mucho tiempo; años. Íbamos a Hinojos a comer o entraban a Doñana o nos juntábamos en el hotel, a charlar.

-Y después, pocas visitas.

-Se volvió muy renuente a viajar y a moverse. Vino un par de veces a Sevilla, quejándose muchísimo del clima. Le parecía que en Sevilla siempre hacía malísimo. Él pensaba que las condiciones de vida naturales son las vallisoletanas; dentro de casa hace calor y en la calle, frío. Una vez que vino a Sevilla en abril o mayo, llovía mucho.

-¿Parecían los monzones?

-De esas veces que todavía no ha entrado el verano, y como no ha hecho calor todavía, hay mucha humedad en las casas. Entonces no teníamos aire acondicionado. Y mi padre, que tenía el hábito de sentarse por la mañana en una mesa y estar escribiendo durante horas sin moverse, se quedaba helado. Le convencí de que tenía que venir en otoño. Y la siguiente vez vino con mi hermana Camino, en el noventa y tantos, para dar una conferencia en lo que hoy es Cajasol, en Villasís. Se instalaron en Sevilla, era octubre, pero todavía no se había ido el verano, y decidió que se ahogaba de calor, que no había quien parara en Sevilla y me lo tuve que llevar a Doñana. Lo trajimos para la conferencia y luego se volvió a Valladolid.

-¿Nunca vino a cazar?

-Cuando cazar en Valladolid perdices se puso difícil, porque había muy pocas, con mi tío Manuel y mis hermanos concursaron a cotos sociales. Fueron a Toledo, Ciudad Real, Guadalajara, León... Pero una vez les tocó, que les impresionó mucho el nombre, Cabra de Santo Cristo, en Sierra Mágina (Jaén). Cazaron poco, pero hablaban de aquellos montes tan grandes, como de unas dimensiones sobrehumanas, exageradas.

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