Francisco Ferraro | Director del Anuario Joly

“Esperemos que no nos gastemos los fondos de la UE en pipas”

  • El prestigioso economista reflexiona sobre los grandes asuntos que marcaron 2019 y los retos tras el coronavirus

Francisco Ferraro, en su domicilio.

Francisco Ferraro, en su domicilio. / Antonio Pizarro

-Este es el Anuario del año 2019. La foto fija del mundo justo antes de la pandemia del coronavirus.

-Pero el mundo actual sigue con los mismos conflictos de fondo que tenía en 2019.

-Empecemos por la economía. 2019 fue un año de una suave desaceleración económica.

-Incluso los dos primeros meses de 2020 indicaban esa suave desaceleración y se continuaba con un crecimiento positivo. Pero a partir del 8 o 10 de enero ya se empezó a notar cierta inquietud en la economía, con problemas en las bolsas, freno en las inversiones y reducciones de empleo en empresas que vieron venir el problema. Esto se vio ya claramente en el mes de febrero y, en marzo, la caída fue brutal.

-¿Podemos decir que la economía avisó de alguna manera?

-Se generó un gran problema de oferta, porque el gran suministrador, que es China, cerró sus fronteras. Recuerdo como, en febrero, unos empresarios de energía solar ya me dijeron que el negocio se les venía abajo, porque algunos de sus suministros chinos no les llegaban.

-2019 fue un año en el que China dio un paso más hacia convertirse en una potencia hegemónica.

-Pero el PIB Chino sigue siendo todavía bastante inferior al de EEUU. Es cierto, sin embargo, que mientras se observa un repliegue político de EEUU hacia el interior de sus fronteras, China continúa con una tensión imperialista, fomentando una gran presencia internacional, comprando empresas tecnológicas en Europa… Está mostrando maneras de gran potencia. No se puede dudar de que la dinámica de China es mucho más potente que la de EEUU. Además, el país asiático ha apostado ahora por la innovación tecnológica.

No podemos depender de otros países en suministros básicos, como los sanitarios

-¿Fue 2019 el punto álgido de la globalización, un proceso ahora seriamente amenazado?

-La globalización ya había sufrido un frenazo importante con la crisis de 2008, tras la que hubo años que incluso retrocedió el comercio internacional, que es un indicador muy importante en este asunto. Ahora, con el coronavirus, asistimos a un auténtico batacazo de dicho proceso globalizador, algo que tiene pinta de durar. La guerra comercial de EEUU con China se va a acentuar y, además, se va a incorporar la Unión Europea. Ha quedado claro que no podemos depender completamente de otros países en suministros básicos como, por ejemplo, el material sanitario. Vamos a ver una renacionalización de muchas industrias y una diversificación de la industria nacional. Necesitamos un cierto nivel de autoabastecimiento que nos dé seguridad.

-¿Se atreve a alguna previsión económica?

- Es evidente que este año se va a producir una contracción de la economía mundial. Algunos países, como China, podrán estar en positivo, pero la mayoría del mundo desarrollado va a reducir su producción industrial: EEUU, Europa, Japón, Canadá… Dentro de la UE algunos países lo sufrirán más, como España, y dentro de España, algunas regiones saldrán más perjudicadas, como Andalucía…

-Es decir, que estamos en el peor momento y en el peor sitio.

-Pero sin exagerar. Estamos hablando de alguna décima.

-¿Y veremos una progresiva recuperación económica o hemos entrado en una edad oscura?

-Si no hay ningún rebrote de la pandemia, no, pero si lo hay es posible que entremos en una edad oscura, porque los efectos psicológicos son importantes en economía. Pero, insisto, si esto no sucede el proceso de recuperación, que ya ha empezado, irá a más según pase el tiempo.

Si hay un rebrote de la pandemia es posible que entremos en una edad oscura

-¿Y cuándo volveremos al nivel en el que acabó 2019?

-Ni en 2020 ni en 2021. Hay una elevada coincidencia en que tardaremos un tiempo.

-Como decía al principio, hay una serie de fenómenos globales que ya se observaban en 2019 y que, pese al coronavirus (o gracias a él), se seguirán manifestando este 2020.

-Uno de las más importantes es el del malestar generalizado. En 2019 hemos observado muchas revueltas en distintos países y de naturaleza muy variada: Colombia, Argelia, París, Chile, Hong-Kong… No hay duda de que el gran problema de nuestro tiempo es el malestar. Las superestructuras políticas, democráticas y no democráticas, no han encontrado un ajuste óptimo a los nuevos tiempos, a los cambios tecnológicos y sociales. La digitalizada es una sociedad empoderada, que tiene la posibilidad de decir lo que piensa sin mediación de personas con un criterio más sosegado, madurado y rico. Y eso cambia el mundo. La política actual no sabe cómo responder. No se observan atisbos de reforma del sistema democrático. Y esto se está traduciendo en la aparición de los populismos más variados.

-¿Cuáles son las otras líneas generales de 2019 que se seguirán observando en 2020?

-La importancia del cambio climático, el ascenso del feminismo y el poder sin control de las grandes empresas tecnológicas.

-No suena muy bien.

-A los economistas siempre nos han preocupado los monopolios. De las diez mayores compañía de EEUU, nueve son tecnológicas. Tienen un gran poder y no hay quien las controle. Ellos controlan nuestras vidas a través de la información, y este asunto aún no ha trascendido suficientemente a la sociedad.

Las grandes empresas tecnológicas tienen un gran poder y no hay quien las controle

-¿Algo positivo?

-Cada vez vivimos mejor, pese al coronavirus. Cada vez hay menos muertes violentas, menos hambre, más gente educada, más respeto a los derechos y a la diversidad sexual…

-¿Y Europa? 2019 ha sido su ‘annus horribilis’, con el Brexit y una profunda crisis interna.

-Más allá del Brexit, el gran problema de Europa es que no termina de encontrar su sitio. Además tiene el lastre de que no tiene peso en la economía digital, carecemos de grandes empresas en este campo que compitan con las estadounidenses o las chinas. A eso se une la fragilidad de la propia Unión Europea que ha evidenciado el coronavirus. Nada más empezar la crisis algunos países decidieron saltarse el tratado de Schengen… Alemania decidió cerrar sus fronteras a la exportación de productos sanitarios, lo que va en contra de las bases más esenciales de la Unión Europea. Sin embargo, esta semana tuvimos la noticia positiva de la puesta en marcha de un fondo de recuperación de medio billón de euros, gracias a un acuerdo entre Merkel y Macron. Es una apuesta importante por una Europa integrada. Esperemos que aquí no nos lo gastemos en chicles y pipas.

-En España, 2019 ha sido el año en el que el Procés se ha enfriado un poco.

-Parece que se ha desinflado algo el suflé. ERC apunta a una estrategia independentista más a largo plazo, no tan disruptiva. Pero más allá de esto, la disfunción de la superestructura política en el caso de España se hace singularmente convulsa y caótica. El teatro político español es el más enrevesado, complejo, gritón y faltón de nuestro entorno. La radicalización en la calle es extrema. Es, además, un país que ha hecho muy pocas reformas en los últimos veinte o treinta años. Hay muchas que están pendientes: educación, justicia, poder territorial… Para eso hace falta mucha sensatez y acuerdo político, nada más lejos de lo que hay en España.

-¿Y el llamado Gobierno de Progreso? ¿Es el más adecuado para llevar al país por esa senda reformista?

-Evidentemente no. Primero porque una buena parte del Gobierno no está de acuerdo con la mayoría de las reformas que hay que hacer. Pero también porque la posibilidad de que llegue a pactos de Estado es remota.

-Ahora se habla de una reforma fiscal. Hablan de subirle los impuestos “a los ricos”. ¿Es eso eficaz?

-Yo estoy bastante de acuerdo con el Gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, que abogó el otro día por abordar ya una reforma fiscal. Nos vamos a tener que enfrentar a una deuda enorme que ya está un 1% por encima del PIB. Para pagar la deuda vamos a tener que hacer una reforma fiscal que debe aumentar los ingresos y disminuir los gastos. Y es inevitable aumentar los impuestos, algo que lógicamente a nadie le gusta. Habrá que subir el IVA, que en España es menor que en muchos países de Europa, el Impuesto de Sociedades, el IRPF, el de Patrimonio… Además, tenemos que ser muy exigentes con el gasto público. No siempre está justificado.

En Andalucía ha habido cierto miedo a los cambios. No se pueden realizar sin pisar callos

-Esperemos que esta vez sepan dónde meter la tijera de verdad.

-Efectivamente. Es algo que hay que hacer con finura. A veces hay que quitar céntimos por aquí y eurillos por allí. Siempre bien justificado.

-Aterricemos en Andalucía. 2019 fue el primer año del llamado Gobierno del Cambio. ¿Lo está siendo?

-Un cambio bastante limitado. Hemos vivido un primer año en el que el Gobierno andaluz se ha tenido que enfrentar a ciertas contingencias generadas por el Ejecutivo anterior y que, por lo visto, desconocían. Pero ha sido un año relativamente cómodo. Vox no ha ejercido esa presión disfuncional que algunos preveían. Y la oposición del PSOE, entre la derrota electoral y la sentencia de los ERE, ha sido bastante débil. Hay que reconocerle a este Gobierno que ha tenido un estilo amable de funcionamiento y en economía las cosas han marchado relativamente bien, incluso se ha crecido una décima más que en España en PIB por habitante. Sin embargo no han existido esos grandes cambios que algunos esperábamos. De entrada, los presupuestos han sido muy parecidos a los socialistas, prácticamente con las mismas partidas.

-¿Esto se ha debido a una falta de arrojo político o de talento y capacidad de trabajo?

-Hay un poco de todo. También porque no hay recursos suficientes y se necesita más tiempo. A mí lo que me sorprende de este Gobierno (como de tantos otros) es que no conocían lo que había hecho el Ejecutivo anterior. ¿Qué hacen en la oposición si no se enteran de lo que hace el Gobierno? También da la sensación de que no han aprovechado esos años para ir construyendo un programa alternativo. Respondiendo a su pregunta: ha habido también cierto miedo. Los cambios siempre tienen costes políticos. Es muy difícil cambiar angélicamente, sin pisar ningún callo.

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