Inmigración De las pateras a las balsas para niños

Travesía en un bote de juguete

  • Las barcas hinchables son escogidas cada vez con mayor frecuencia para cruzar el Estrecho por grupos pequeños de inmigrantes · El riesgo de naufragio aumenta por la fragilidad de estas embarcaciones

Sólo tenían frío. Temblaban. Pero sólo frío. Nada más. Ni hambre. Ni sed. Y tampoco presentaban heridas. No se quejaban de otra cosa. Cuando se les preguntaba decían: "Frío". Sólo eso. Ni siquiera miedo. Puede que lo hubieran tenido en medio de la noche, sobre las olas del Atlántico, mientras cruzaban el Estrecho desde algún punto de la costa marroquí con la esperanza puesta en llegar a esa ciudad de la que habían oído hablar: Tarifa. Y llegaron. Ateridos, tiritando. Pero llegaron. Lo consiguieron. ¿Y cómo? En una barca de juguete, de esas hinchables que los padres de los niños españoles les regalan a sus hijos para las vacaciones en la playa.

Ellos no la querían para jugar. La querían para cruzar los casi 15 kilómetros del Estrecho de Gibraltar. Y se salieron con la suya. Fueron descubiertos a poco más de una milla de la costa española, ya cerca de Tarifa, el nombre de sus sueños. Se cumplieron, aunque llegaran a la ciudad ansiada acompañados por unos hombres con uniforme verde oliva.

De esto se cumplirá un año en septiembre. Ocurre que los protagonistas de esa historia no eran hombres curtidos. Cuando los rescatadores abordaron la barca hinchable de juguete se encontraron frente a los rostros de seis niños marroquíes: el mayor tenía 16 años, sus compañeros entre 10 y 11. "Eso decían ellos, pero con apariencia de andar entre los 8 y los 7", dijo entonces uno de los guardias civiles que los asistió.

Los niños habían optado por la fórmula más barata, y más peligrosa, para desembarcar en la tierra de promisión. No tuvieron que pagar la mordida a las mafias que cruzan a los inmigrantes a bordo de pateras y su escuálida embarcación tendría más posibilidades de evitar el control del Sistema Integrado de Vigilancia Exterior (SIVE). Unos remos de plástico y sus ganas inmensas de poner los pies en España eran todo lo que necesitaban.

Su desembarco en la costa andaluza tuvo un efecto mediático que hizo el viaje de los niños a la inversa y se difundió entre sus compatriotas: se podía alcanzar la otra orilla del Estrecho comprando en un bazar por diez euros una barca de juguete. Un desembolso mínimo comparado con lo que se abona a las bandas de las pateras.

Esta práctica, sin embargo, no es nueva. Los inmigrantes más desesperados la llevan poniendo en práctica desde hace años, como constatan miembros de la Cruz Roja y de Salvamento Marítimo de las localidades costeras del Campo de Gibraltar. Los restos podridos de una de esas balsas entre las rocas no siempre proceden del abandono que ha hecho alguna familia de veraneantes, que no ha parado de jugar con ella hasta reventarla. También son la muestra del naufragio, sobras que el mar devuelve. No todos tienen la suerte de aquellos niños.

Pero ninguna tragedia amilana a quienes insisten en volver a intentarlo. Y si en la actualidad no es ninguna novedad el uso de estas frágiles barca de juguete para cruzar el Estrecho, sí lo es el hecho de que se esté extendiendo cada vez más y que con mayor frecuencia sea el transporte utilizado por cualquier grupo de inmigrantes dispuesto a dar el salto.

Un GPS es más barato que una plaza en una patera. Sería el único gasto que añadir al de la compra de la balsa. Y en ésta no hay tiburones -nombre que reciben los piloto de pateras, gente con la misma bondad que Charles Laughton haciendo de capitán Bligh- que no dudan en deshacerse del pasaje cuando otean algo que consideran un problema para su propia integridad y su negocio.

Evitar ese gasto y hacer de la travesía algo que sólo concierne a quienes la emprenden es uno de los motivos por los que estas chalupas decoradas con dibujos y colores llamativos son cada vez más escogidas por los inmigrantes para emprender el viaje. Y el peligro aumenta. Organizaciones no gubernamentales como la Asociación Pro Derechos Humanos o Andalucía Acoge, al igual que Cruz Roja, Salvamento Marítimo, Guardia Civil y la propia Delegación del Gobierno admiten que ha habido un descenso del número de desembarcos con respecto a otros años, pero con esa reducción también ha disminuido la seguridad: no es que la calidad de un trayecto en patera sea la de un crucero por las islas griegas, pero comparada con las barcas de juguete, la embarcación de pesca tradicional marroquí reconvertida en transporte de personas sí ofrece más garantías. Desde el 1 de enero han llegado más de 1.200 personas a las costas andaluzas; diez de ellas han desaparecido tras naufragar y otras cinco han muerto, entre ellas dos bebés.

El ejemplo de aquellos niños que llegaron a Tarifa en septiembre del año pasado y tantos otros que ponen en peligro su vida para dejar atrás su país de origen, su casa y sus familias, es consecuencia de la "nefasta política migratoria no sólo del Gobierno español, sino de la inmensa mayoría de los gobiernos europeos, únicamente preocupados por hacer un esfuerzo en control migratorio", asegura Natalia García, una de las coordinadoras del área de Inmigración de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía. Para la APDHA, sólo el término "inhumano" es el que se puede aplicar al trato que da la Administración a los inmigrantes.

García critica la "externalización" de las fronteras que "ha encargado España" a terceros países, como Marruecos, Mauritania, Senegal o Malí, bloqueando e impidiendo el derecho a moverse libremente a personas que no pueden trasladarse de un lugar a otro, "por lo que tienen que recurrir a métodos peligrosos como esas barcas de juguete".

Es "absolutamente dramática" la situación de esas personas, lamenta García, que no oculta el pesimismo de la APDHA al tener en cuenta que no hay un cambio de consideración hacia los inmigrantes, "a los que sólo se ve como mano de obra y contra quienes se adoptan y ejecutan medidas inhumanas, insolidarias y represivas". La APDHA, como otras ONG, no ceja en su empeño de insistir en que las arriesgadas vías por los inmigrantes para llegar a las costas andaluzas son producto de las trabas que tienen que sortear para "poder viajar" como el resto. "Hoy por hoy, un billete de avión o un pasaje en un barco es más barato que un hueco en una patera. Si lo primero no se les permite, se les condena a lo segundo".

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