Movilización contra las bases norteamericanas.

Movilización contra las bases norteamericanas. / DS

NO hay que ser ningún lince del análisis para situar en la Guerra Hispano-Estadounidense (1895-1898) el origen de la relativa antipatía que despierta entre los españoles todo lo que venga de EEUU. De alguna manera, hasta muy recientemente, todos hemos llevado como una losa la humillación que supuso un conflicto con el que perdimos las últimas posesiones de ultramar, territorios tan queridos aún como Cuba, Puerto Rico o Filipinas. Esta animadversión no era, como algunos creen, patrimonio exclusivo de la izquierda. Incluso durante la Guerra Fría, en la que la siempre hábil y oportunista política exterior de Franco supo realinearse al lado de Norteamérica, hubo ejemplos muy claros de antiamericanismo en la derecha más radical. En 1962, el propio Blas Piñar se convirtió en un paria dentro del régimen que tanto adoraba tras escribir su famoso y polémico artículo Hipócritas, furibundo ataque a EEUU en el que, por supuesto, no faltaba el tradicional reproche a la añagaza del Maine.

En los tiempos más recientes, la fuerza que ha encabezado en Andalucía y España la causa antiyanki ha sido la izquierda, debido en gran parte a una mezcla de consignas pacifistas y antiimperialistas con el seguidismo de las directrices del hoy derrotado bloque comunista, que siempre supo jugar con la ingenuidad o el cinismo de algunos líderes de la siniestra. Sea como fuere, la izquierda ha llevado su antiamericanismo más allá de los límites cronológicos de la Guerra Fría y todavía continúa en forma de rechazo a la OTAN y apoyo a Rusia en la Guerra de Ucrania. No es una casualidad que sea el secretario general del PCE, Enrique Santiago, el que esté liderando en España la causa pro Putin y que se haya puesto al frente de las movilizaciones contra la próxima cumbre de la OTAN en Madrid. El hecho de que Enrique Santiago sea miembro del Gobierno anfitrión de dicho acontecimiento es un ejemplo más de la poca seriedad de nuestro Ejecutivo, convertido definitivamente en un gallinero.

Lo cierto es que las encuestas, como informó ayer Miguel Lasida, indican que la mayoría del pueblo andaluz es partidario de la existencia de las bases de Rota y Morón. Una prueba de madurez. Más allá de los discursos nacionalistas o de los miedos a ataques apocalípticos, los ciudadanos entienden que, en la actual coyuntura, y teniendo en cuenta el peso real de España en el mundo, necesitamos estar integrados en alianzas que garanticen la seguridad y la libertad. Necesitamos a la UE y a la OTAN para asegurar nuestro lugar en el mundo. Eso sí, sin lacayismos ni entusiasmos ridículos. El sueño de una España plenamente soberana, nos guste o no, pertenece al pasado. ¿O es que preferimos a los chinos y los rusos y a sus encantadores comisarios?

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