La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

El puente que viene en Andalucía

Tiempos de ruido en la ciudad y de sosiego en los pueblos. Días para volver a todo lo auténtico que no viene en las guías

Una atardecida en Andalucía

Una atardecida en Andalucía / M. G.

Hay una Andalucía de atardecidas, que no de tardeo, donde el invierno llega de pronto pero todavía falta para sacar la escopeta y perro de esas horas pasadas por agua en que nos parecemos un poco a Londres con tanto cazador de verde, tanto charco y tanto ladrido de can ávido de morder la presa. Una Andalucía alejada de trincheras y crispaciones, ruidos de bares atestados y humo de tabaco a las puertas, una Andalucía que calienta con mantas, chimeneas de siempre que dejan una fragancia inconfundible como la que nos lega el incienso en los templos así que llegue la cuaresma. Se apagan los carboncillos y queda el aroma que siempre busca las cúpulas. El incienso siempre es mejor cuando se recuerda que al ser respirado. Esa Andalucía es la que tantos buscarán en el puente festivo en albergues y casas rurales, lejos de las grandes ciudades que sufren a lo bestia el síndrome de Benidorm tantas décadas después. Una Andalucía de vinos de la tierra, playas tan bellas, porque la mar siempre es aliada de la hermosura, como marcadas ahora por una humedad insoportable. Dicen que viene la lluvia... Y la lluvia aguardamos. Dicen que viene un gran puente y aquí estaremos dispuestos a vivirlo, a sobrellevarlo, a disfrutarlo como se pueda. El puente celeste de plegarias a la Inmaculada, de cintas en las capas de los tunos, de días de vigilia de jóvenes concepcionistas.

Y el puente que traerá el agua y, si es así, limpiará las calles y aliviará la atmósfera. Nos ha tocado vivir un tiempo en que los pueblos conservan lo que perdieron las ciudades y el campo mantiene lo que nunca fue de ellas. La serenidad, la pausa, el saludo cotidiano al vecino, el sonido de las campanas, la convivencia con los animales y, por supuesto, la atardecida junto a la alberca que retiene el eco de los chapuzones del último verano. Hay veces que una ciudad puede recordar al pueblo, pero el pueblo, si verdaderamente es pueblo, jamás mimetiza a la ciudad. Nos dictan hojas de ruta en cada viaje, pero ninguna dice lo más importante. Pasear, dejarse llevar, entrar en una iglesia o en una taberna que ofrezca abiertas sus puertas, improvisar alguna charla, conocer el casino del lugar... y contemplar la caída de la tarde, esa atardecida única que Andalucía nos regala como un óleo sin marco a falta de que nosotros se lo pongamos para hacerle hueco en el altillo de la memoria.

Tiempos de ruido en la ciudad, de sosiego en los pueblos. Días para evitar todo ese mundillo relacionado con el check-in. Y volver a todo lo auténtico que nunca aparece en ninguna guía turística.

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