‘WAR ROOM’

El relato político y el fin del bipartidismo

  • La “narrativa” o el “relato” son las historias que cada partido intentan contar al electorado apelando a las emociones y dejando en un segundo plano los argumentos

El relato político y el fin del bipartidismo

El relato político y el fin del bipartidismo

Las negociaciones fallidas para formar gobierno han desatado la guerra por ganar el relato. La narrativa o relato son los términos de moda en la comunicación política actual y significan, ni más ni menos, las historias que cada partido intentan contar al electorado apelando a las emociones y dejando en un segundo plano los argumentos.

El concepto “relato” no lo ha inventado Iván Redondo, ni los tertulianos radiofónicos ni los estudiantes de Ciencias Políticas. El hombre cuenta historias desde que es hombre; contar historias es inherente al ser humano. Las historias movilizan emociones mucho más que los argumentos, y la política se ha servido de ellas para transmitir sus mensajes envueltos en emociones. Desde las elecciones de Ronald Reagan en la década de los 80, la técnica del storytelling ha sido ampliamente utilizada en la política de los Estados Unidos y en otras muchas disciplinas, desde la medicina al periodismo.

La política española lleva años usando esta herramienta de comunicación. El profesor de la Fundación UNED y experto en storytelling, Liberato Pérez Marín, afirma que el relato político actual “viene a aglutinar las estrategias diseñadas en el cuarto trasero de los partidos, y en él está trazado el camino que se debe seguir”.

El storytelling consiste en crear un discurso de comunicación con el que acercarse al usuario, no crear historias sin más. Entre otros ingredientes, las buenas historias deben tener estructura narrativa y un fondo de realidad, tienen que ser coherentes, narrar conflictos y ser protagonizadas por personajes, los famosos arquetipos de Carl Jung.

La crisis del bipartidismo y el surgimiento de “los nuevos mesías” tienen su propia narrativa y es interpretada por Liberato Pérez Martín a través de los arquetipos que definieron a los líderes políticos durante aquel proceso.

“En 2011 llegó el candidato del PP, Mariano Rajoy, bajo las auras de sabio y gobernante, y tenía como misión alejar a los hombres de negro que amenazaban con la rebaja a la infancia financiera y la supervisión paternal de Bruselas-Berlín. El arquetipo del héroe que describe Jung se quedaba muy fuera de su alcance, y este punto quedó patente cuando evitó el enfrentamiento directo con los periodistas en aquella rueda de prensa en diferido. Para esos menesteres tenía a sus fieles asistentes, los escuderos, que pugnaban entre sí por encarnar el arquetipo del forajido, el personaje transgresor, agresivo, repartido entre Santamaría y Hernando, que en su peor versión llegaba a ser autodestructivo para su imagen personal”.

El nuevo mesías

Hasta ese momento se respiraba bipartidismo en España, pero irrumpe en la escena política española Pablo Iglesias, encarnando al “nuevo mesías”: “Iglesias, el salvador-héroe, aportaba la estética del hombre barbado de pelo largo, cuidadosamente descuidado, mirada profunda y ademanes contenidos por el momento. A su alrededor se reunieron los apóstoles del nuevo comunismo, un remozamiento de la vieja Izquierda Unida que sobrevivía, marginal y nostálgica”.

De Rivera por entonces se sabía poco: “con una pléyade de notables, se defendía y atacaba en Cataluña por unos resultados mínimos. Aún no era nadie en el ámbito nacional, y su arquetipo estaba por definir”.

Rubalcaba conducía al PSOE durante los años del fin del bipartidismo: “encarnaba al viejo sabio que, con toda certeza, asumía que era el rostro de una transición a un liderazgo joven y renovado que traería nuevo ímpetu a los socialistas”.

Y mientras en la calle el germen de Podemos generó una expectación abrumadora, surgía en los partidos de siempre la necesidad de contar con una estrategia para afrontar una situación desconocida hasta el momento.

“El mesías-héroe parecía tener el don de la ubicuidad – afirma Pérez Marín- gracias a las redes sociales que llegaban a cada rincón de los smartphones. Pablo Iglesias encarnó esa imagen idealista, agresiva con los fariseos y comprensiva con los pobres, y aprovechó la coyuntura de la brutal crisis económica mundial para hacerse un hueco a codazos tanto a su derecha (PSOE) como a su izquierda (IU), acogiendo con satisfacción personal a los movimientos antisistema, antidesahucios, ecologistas, tendencias veganas y toda una larga hilera de ismos”.

Entre tanto, “los independentistas catalanes continuaban con su relato de héroes-creadores con el que explotaban ese eterno victimismo que tanto da de sí, pasando finalmente al arquetipo de guerreros que se enfrentan a unas injusticias diseñadas por estudios de mercado y campañas de marketing. Al grito de a las urnas, aprovecharon la debilidad del poder central”.

El marketing de Pedro Sánchez

Al PSOE le llegó el momento de elegir un nuevo rostro y se decantó en primarias por Pedro Sánchez. En opinión de Liberato Pérez Marín, “Pedro Sánchez no podía encarnar aún ningún arquetipo en este relato político porque no tenía biografía política suficiente y debía demostrar sus capacidades”. Entra entonces en juego la estrategia de marketing, y el secretario general de los socialistas “se lanzó a los platós de televisión creando un discurso progresista que enfrentaba al del anciano gobernante Rajoy y su agresiva escudera Sáez de Santamaría”.

Éste es el relato del fin (o quizás interrupción) del bipartidismo en España, en parte debido, en opinión de este experto, a que en su segunda legislatura “Rajoy demostró que era el arquetipo de gobernante caduco y sin fuerzas, que abandonaba parte de sus asuntos de Estado en manos de los validos”.

La decadencia del partido y la institucional fue aprovechada por el independentismo catalán, exhibiendo un storytelling perfectamente diseñado por la Generalitat e interpretado por sus guerreros, frente al inexistente relato del Gobierno de la nación, presa de la improvisación y carente de una historia atractiva que contar.

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