Bienal de flamenco

Galván en el fin del mundo

  • El artista sevillano presenta hoy en el Maestranza una versión depurada de 'El final de este estado de cosas', una mirada atroz a la guerra y la muerte

Desde que es padre -lo dice él mismo- le duele el mundo. Quizás por eso Israel Galván, uno de los renovadores más importantes y singulares del flamenco, emprendió hace varios años un camino de depuración radical que ha acabado enfrentando al bailaor sevillano -que atribuye al género propiedades apocalípticas- con su idea del fin del mundo. Concebidos como exorcismos de extraña intensidad, sus espectáculos más personales han hablado, a través de su cuerpo y del ritmo de la suela de sus zapatos, de la guerra, la muerte y el silencio, tan necesario para él, por decirlo a la manera de Juan Villoro, como las líneas blancas que separan las letras en los libros.

Nacido 1973, hijo de José Galván y Eugenia de Los Reyes, ambos bailaores, dio sus primeros pasos artísticos de la mano de su padre. En 1994 entró en la recién creada Compañía Andaluza de Danza, dirigida por Mario Maya. Con el primero -suele recordar- aprendió a bailar; del segundo, a tener disciplina y "cristalitos en la barriga" antes de subir al escenario. Los dos serían cruciales para su búsqueda alucinada de nuevas formas de expresión, que ha llevado a algunos críticos a renombrarlo como "el Picasso de la danza", paralelismo que acostumbra a rechazar con educación y estupor.

Su concepción transgresora del baile, basada en una mirada irónica y respetuosa al clasicismo flamenco, ha llamado la atención incluso a los pensadores. El francés Georges Didi-Huberman publicó Le danseur des solitudes, una disertación filosófica en torno a la figura de Galván, después de ver en 2004 Arena, su obra inspirada en la tauromaquia. No sólo los eruditos se han acercado a él, atraídos por su universo sobrecogedor y su extraordinaria técnica. También el público general -normalmente una abstracción-, que llena sus actuaciones (ahí está su aclamada participación en la Plaza de San Francisco durante la gala inaugural de esta Bienal).

Alguna vez, tras la presentación de ¡Mira! / Los zapatos rojos, su primera advertencia de ruptura, en la Bienal de 1998, se sintió "como Gregor Samsa". Su propia madre, recuerda ahora, le recriminaba una falta incierta: "Pero qué has hecho, hijo, qué has hecho". El bicho raro, sin embargo, se reafirmó dos años más tarde con Metamorfosis. En estos dos trabajos, y en muchos otros posteriores, trabajó con el artista Pedro G. Romero, artífice del discurso conceptual de un bailaor que parece más cómodo cuando se habla de intuición.

En 2005 recibió el Premio Nacional de Danza (en la modalidad de creación) por Arena y La edad de oro, estrenado en 2005. Un año después regresó con Tabula rasa, una de sus propuestas más extremas. También ha tenido tiempo para hacerle una coreografía a su hermana Pastora, que asombró hace dos años en Sevilla con La Francesa. Ahora regresa a su ciudad con una remezcla de El final de este estado de cosas, un proyecto en marcha que se vio por primera vez en la localidad malagueña de Mijas y que se basa en su interpretación del Apocalipsis, una lectura, dice, que le provocó "una explosión por dentro", de la que ahora llega una negra onda expansiva.

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