Cultura

El duende absoluto y el estreno

Lo que tiene Pepa Montes en sus manos es un tesoro que vale más que mil estrenos absolutos y dos mil relativos (no sé qué será eso de estrenarse "relativamente"). Heredera reputada de lo que se dio en llamar, en baile flamenco, Escuela Sevillana, concepto acuñado por Matilde Coral, que jaleó anoche a sus discípula, Montes lleva este concepto más allá. Su arte, no obstante pertenecer a esta denominación de origen, va más allá, porque en sus manos, en sus hombros, en su cadera, en su mirada, se hace absolutamente único, personal. Lo que esta mujer tiene entre las manos es un tesoro.

Por eso no llego a comprender ese marchamo de "estreno absoluto" con el que nos llega la nueva propuesta de la bailaora y el guitarrista Ricardo Miño. Lo que vimos anoche es lo que siempre hace esta compañía: bailes de la titular (maravillosa por cañas y mirabrás), un solo por bulerías del guitarrista y otro a cargo del piano de Pedro Ricardo Miño, el hijo de la pareja, que ayer nos ofreció un amplio preludio a la caña de su madre. Creo que la denominación de "recital de Pepa Montes" se ajustaría más a la realidad de la propuesta, ganando dignidad y contundencia. Porque lo que esta mujer tiene entre las manos, no sé si lo he dicho, es un tesoro de valor incalculable, una piedra preciosa, el último representante de una especie en vías de extinción.

El aire se torna carne caliente en la punta de sus manos. Esta ciudad se debe sentir y se siente orgullosa de este patrimonio. Baile de cabeza, de brazos, sensible y equilibrado, heredero de la tradición de bailaoras punteras decimonónicas. Luz, figuras, formas, estilización. Atrapar en flamenco el aire de una ciudad siento además profundamente personal. Poderosa con la bata de cola homenajeando a Pilar López, y toda luz en el mirabrás. La feminidad flamenca, como se entendía hace décadas. Arte de la bata de cola, del volante, del rizo y de la pose.

La diferencia, de una Bienal a otra, es el artista invitado: si en años anteriores fue Manuel Molina, Fernando Terremoto, etcétera, ayer le tocó el turno a un violinista académico, que, al parecer, representaba al Duende. Algo de descuido escénico, musical y de sonido, completan un cuadro en el que también debemos incluir dos bailaores jóvenes como Abel Harana y Jesús Ortega, que llevaron a cabo un paso a dos por farrucas, en homenaje a Gades, y un paso a tres por cantiñas con Montes. El pianista Pedro Ricardo Miño hizo un guiño al usar algunas disonancias en el preludio a su intervención, para encaminarse más tarde por los senderos conocidos de emular y armonizar la melodía del cante y la guitarra.

No puede considerarse como estreno absoluto un espectáculo cuya coreografía, música y letra conocemos hasta la saciedad en casi su completa totalidad. Pero esta bailora no necesita de esas fruslerías de "estreno absoluto" para darle valor a un arte tan genuino, raro, emocionante, sublime y verdadero como el suyo.

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