Cementerio de animales | Crítica

Demasiada novela para tan poco director

Una imagen de esta nueva adaptación de la novela de Stephen King.

Una imagen de esta nueva adaptación de la novela de Stephen King. / D. S.

Publicada en 1983, en el apogeo de la primera etapa de su prolífica y larga carrera iniciada diez años antes con Carrie, Cementerio de animales es para mí la más terrorífica novela de Stephen King junto a El resplandor, su tercera novela, publicada en 1977. Para cuando se editó Cementerio de animales el cine ya se había enamorado del universo de King adaptando Carrie (De Palma, 1976), El resplandor (Kubrick, 1980), Creepshow (Romero, 1982) y aquel mismo año 83 hasta tres títulos: Cujo (Teague), La zona muerta (Cronenberg) y Christine (Carpenter).

Si El resplandor tuvo la suerte de ser recreada por Kubrick con el resultado esperable que no hace sino crecer con el paso de los años, Cementerio de animales no tuvo la misma suerte. La dirigió en 1989 con muy pobre resultado, pese a contar con el propio King como guionista, la mediocre directora Mary Lambert, exitosa realizadora de videoclips que se estrelló en el cine.

Los créditos de Kevin Kolsch y Denis Widmyer, directores de esta nueva adaptación, tampoco son para ilusionar: unas pocas películas cutres de terror. Demasiada novela para tan poco director. La terrorífica historia de la familia que buscando la paz del campo se muda cerca de un antiguo cementerio indio de animales en el que más vale no enterrar a una mascota y mucho menos a... –no sigo para no reventar la película a quien no haya leído la novela, cosa que sí hace el tráiler– se queda en una discreta peliculita de terror convencional.

Es mejor que la anterior adaptación del 89, pero esto quiere decir poco dada su mediocridad. Está bien tratado uno de los núcleos fundamentales de casi todas las obras de terror: la consoladora sensación de que morirse o perder a un ser querido no es lo peor que pueda sucederle a alguien. La moraleja de la película es: a veces la muerte es lo preferible. Pero los cambios introducidos en la historia (sobre todo en su última parte) no la benefician y los directores carecen de la sutileza necesaria para transmitir lo más impactante de la novela: la permanente sensación de peligro, de que algo terrible puede pasar en cualquier instante y hay cosas que no deben hacerse por mucha que sea la desesperación. Se prefiere el efecto de trazo grueso y el recurso a tópicos (sobran, por ejemplo, las máscaras) a la sugestión.

Las interpretaciones de Jason Clarke y Amy Seimetz son buenas, aunque sobre ellos destaca el veterano John Lightow en un esencial personaje secundario. Pero no bastan para dar fuerza dramática a una película que ha preferido el chimpún.

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