Crítica 'Somos los Miller'

Cine mediocre contagiado de mala televisión

Somos los Miller. Comedia, EEUU, 2013, 110 min. Dirección: Rawson Marshall Thurber. Intérpretes: Jennifer Aniston, Jason Sudeikis, Emma Roberts, Kathryn Hahn. Guión: Sean Anders, Steve Faber, Bob Fisher, John Morris. Fotografía: Barry Peterson.

Qué obsesión con endiñarle a la clase media americana. John Cheever la retrató con una rara combinación de amargura y compasión, desprecio y ternura, anhelo y decepción. Describió como pocos las corrientes subterráneas de infelicidad y de mediocridad que se mueven bajo las superficies pulimentadas, pero como un exiliado que también añorara ese sueño (a veces cumplido, otras veces mantenido con silencios y mentiras) para él imposible. Lo cual no hace sino más hirientes, veraces, humanos y complejos sus relatos.

Pero en esto de retratar sin complacencia a la clase media americana hay una diferencia fundamental entre Cheever y Rawson Marshall Thurber, el director de este bodrio: el escritor tiene los dones de la inteligencia, la lucidez cruel y la compasión, mientras que Marshall Thurber -a quien se debe esa cosa llamada Cuestión de pelotas- carece de ellos; además de estar tan sobrado de estúpida grosería como huérfano de gracia. La ausencia de esa mezcla de inteligencia, crueldad y compasión que hace tan grande a Cheever como crítico de la clase media -o al Fellini de I vitelloni y Amarcord- hace de Somos los Miller otra de esas nuevas comedias americanas de elemental grosería que tanto gustan a algunos colegas. Y para colmo sin llegar hasta el final en su propuesta del disparate grosero o la trasgresión: mirando siempre de reojo a la taquilla. ¿Y los pobres Cheever y Fellini qué tienen que ver con esta basurilla? Nada. Pero sobre algo había que escribir y esta película no da para mucho.

Un traficante de tres al cuarto, una estríper, una niñata y un zagalón al que le falta un hervor se hacen pasar por una familia perfecta para pasar un cargamento de droga. La cosa es tan tramposa que Marshall Thurber hace una parodia de la familia media convencional interpretada por traficantes, colgados y marginados, para al final acabar convirtiéndolos en una verdadera familia convencional. El ya muy visto juego con una supuesta incorrección que resulta ser el no va más de lo que el momento que vivimos considera políticamente correcto.

Todos son unos buenazos en el fondo. El pequeño traficante reparte su droga como si fuera el lechero que recorre por las mañanas las casitas con parterres de césped. La estríper es una fulanilla de buen corazón. La adolescente imbécil es alguien en busca de sí mismo. Y el chico a medio hervir es un buenazo. Hasta los peores traficantes armados hasta los dientes son coleguillas. Así se tocan todos los palos. Hay tráfico de droga, pero como si fuera un trabajillo más para ayudarse a llegar a fin de mes o salir de una existencia injustamente estrecha. Hay delincuentes, pero con corazón de oro o tontorrones. Se parodia a la familia de clase media (sobre todo a través de la que encuentran en la frontera), pero también se la canta. Hay groserías y un humor soez, pero también sentimentalismo. Para que no se escape, a ser posible, ningún potencial espectador. Jennifer Aniston casi soportable; sólo casi. Jason Seikis aceptable. Los mejores, los secundarios.

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