Crítica 'Mi gran noche'

Circo España (sin leones)

MI GRAN NOCHE. Comedia, España, 2015, 95 min. Dirección: Álex de la Iglesia. Guión: A. de la Iglesia, Jorge Guerricaechevarría. Fotografía: Ángel Amorós. Música: Joan Valent. Intérpretes: Mario Casas, Raphael, Blanca Suárez, Pepón Nieto, Carlos Areces, Carolina Bang, Hugo Silva, Santiago Segura, Carmen Machi, Enrique Villén, Tomás Pozzi, Terele Pávez. 

Casualidad o proyecto en ciernes, Mi gran noche es la segunda cinta de Álex de la Iglesia cuyo título es también el de una canción del ínclito Raphael tras Balada triste de trompeta. Podría pensarse así que el director vasco insiste en este (¿incuestionable?) icono de la cultura popular española de los últimos 50 años como vector y fantasma vivo para articular un discurso desaforado y contar el devenir de este país en sus ciclos, rutinas, transiciones y repeticiones, en su idiosincrasia social más profunda.

Sin embargo, lo que Mi gran noche vuelve a poner de manifiesto es la propia fórmula anquilosada, gritona, excesiva y sin capacidad de reciclaje del cine de De la Iglesia y su cómplice Guerricaechevarría, a saber, ese modelo narrativo de concentración espacio-temporal (aquí a costa de la grabación del enésimo programa especial de Nochevieja para televisión), circo coral de varias pistas y caos laberíntico que ya hemos visto una y otra vez (de Muertos de risa a La chispa de la vida) en su extenuante y agotadora filmografía.

Como bien ha señalado un colega crítico, Mi gran noche propone además una cierta "afasia ideológica" en su conjugación del caos en tiempo presente, sin capacidad alguna para marcar distancia crítica sobre ese detritus del universo televisivo y mediático que, en manos del director de El día de la bestia, siempre es más entrañable e inofensivo que otra cosa. Buscar aquí lecturas mordaces sobre la degradación de la cultura audiovisual o sobre una España sociológica secuestrada por la telebasura y sus modelos de comportamiento se nos antoja una absoluta pérdida de tiempo. Si acaso busquen pequeñas puyas a la competencia empresarial y tal vez encuentren algo. 

Lo que parece interesar realmente a De la Iglesia, Cerezo y Universal Pictures es seguir avivando la vieja nostalgia festiva y acrítica que anida en nuestro mundo del espectáculo, explotar precisamente esa tipología del analfabetismo funcional, la picaresca y el tipismo 2.0, celebrar la proeza técnica y la velocidad de crucero como únicas señas de identidad de un (falso) estilo vibrante.

Hace ya tiempo que De la Iglesia renunció a ser el continuador posmoderno de la tradición azconiana o berlanguiana (que, recordemos, siempre nadó a contracorriente) para acomodarse, sin generar molestias ni alzar la voz más de lo necesario, al dictado y las formas del entretenimiento híbrido y bastardo, a ese modelo fast-food del audiovisual patrio que no distingue ya entre lo que es cine y lo que es televisión, entre lo popular y lo populista.

Ya hablarán otros colegas de lo bien o lo mal que están Raphael y Mario Casas, no se preocupen. A mí no me quedan fuerzas.  

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