Crítica 'La mujer de negro'

Digno renacimiento de la Hammer

La mujer de negro. Terror, Reino Unido, 2012, 93 min. Dirección: James Watkins. Guion: Jane Goldman. Fotografía: Tim Maurice-Jones. Música: Marco Beltrami. Intérpretes: Daniel Radcliffe, Roger Allan, Sophie Stuckey, Janet McTeer.

No dábamos un duro por que Daniel Radcliffe fuera a desembarazarse de Harry Potter y labrarse una carrera seria en el cine, cuando ésta su primera película como protagonista (casi) absoluto fuera de la franquicia lo confirma inopinadamente como actor con potencial adulto incluso cuando tiene apenas 22 años.

La mujer de negro, renacimiento de la mítica casa Hammer y sus esencias gótico-terroríficas, resucita el aire victoriano, los escenarios, las atmósferas y las brumas misteriosas de cintas como Otra vuelta de tuerca o sus recientes émulos ibéricos (Los otros, El orfanato, El celo, La herencia Valdemar) para confirmar la vigencia y el vigor de un modelo genérico neoclásico que, influencias niponas de por medio, sigue alimentando las sugestiones y miedos del espectador postadolescente.

Así, La mujer de negro se contiene seria y rigurosa (a excepción de algún que otro inevitable susto) en unos modos clásicos para trabajar la puesta en escena con un inusitado gusto por la calma, el potencial de los encuadres y movimientos de cámara y las situaciones que no apelan tanto al espectador más joven, acostumbrado a los excesos gore y a los efectos de feria, como a aquel público conocedor de los cineastas que mejor exploraron los mecanismos del género como Hitchcock, Clayton y otros ilustres directores de la casa como Guest, Fischer o Francis.

En su papel trágico de padre viudo y desesperado, Radcliffe consigue hacernos pasar a través de su mirada al otro lado de un siniestro espejo de maldiciones, mansiones encantadas, niños muertos, juguetes animados y fantasmas de luto en un escenario brumoso y enfangado al que Watkins (Eden Lake) sabe extraer todo su potencial romántico gracias a un trabajo fotográfico que rebaja intensidades y colores para crear ominosos paisajes fúnebres sin demasiado hueco para la luz ni la esperanza.

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