Crítica 'Popieluszko'

Emocionante retrato de un mártir de la libertad

Popieluszko. Drama, Polonia, 2009, 108 min. Dirección y guión: Rafal Wieczynski. Fotografía: Grzegorz Kedzierski. Música: Pawel Sydor. Intérpretes: Adam Woronowicz, Zbigniew Zamachovski, Marek Frackowiack, Joanna Szczepkowska, Radoslaw Pazura, Wojciech Solarz.

En la Polonia que en los años 70 y 80 luchaba por su independencia de Moscú y por la democracia, con la ayuda externa del Vaticano y la lucha interna del sindicato católico Solidaridad, la figura del padre Jerzy Popieluszko (1947-1984) adquirió una influencia extraordinaria.

Tanta que primero lo intimidaron, luego lo detuvieron y pretendieron procesarlo trucando las pruebas, más tarde intentaron asesinarlo simulando un accidente automovilístico y finalmente lo secuestraron, torturaron y asesinaron el 19 de octubre de 1984, cuando contaba 37 años. Pese a que intentaron hacer desaparecer su cuerpo, éste fue recuperado y a su funeral asistieron 250.000 personas. En 1989 cayó la dictadura comunista. En 2010 fue beatificado como mártir de la Iglesia. Esta película, sencilla y emocionante, es la historia de su lucha desde que fue enviado a oficiar la misa para los huelguistas de la fábrica de acero de Varsovia hasta su asesinato.

Su martirologio incluye ser espiado y seguido, que se introdujeran pruebas falsas en su casa para incriminarlo como terrorista, recurrir a testigos comprados, detenerlo y someterlo a brutales interrogatorios… En fin, la justicia tal y como se practicaba en los paraísos comunistas del llamado socialismo real. En este caso, además, no bastó el simulacro de juicio para obtener la condenada decidida de antemano. Y se recurrió al secuestro, la tortura, el tiro en la cabeza y el intento de hacer desparecer el cuerpo arrojándolo al Vístula.

Todo pasó a finales de los 70 y principios de los 80, ante la pasividad de la Europa democrática y la complicidad por omisión de una gran parte de los partidos de la izquierda democrática occidental, al igual que sucedió con los casos anteriores de Hungría y Checoeslovaquia.

La primera parte de esta película escrita y dirigida por Rafal Wieczynski es correcta, televisiva, inteligente en la sencillez con la que esquiva las restricciones una modestia de medios que se subsana recurriendo a imágenes documentales de las grandes huelgas y manifestaciones en los años más duros de la lucha del Gobierno contra el sindicato Solidaridad. La segunda parte, en cambio, desde la primera detención, al centrarse en el drama personal del sacerdote perseguido, torturado y asesinado, levanta el vuelo hasta el mejor cine de denuncia.

Su lucha contra el odio hacia las autoridades y su aparato de terror y violencia, un odio que siente también en él mismo y contra el que libra una dura e íntima batalla; la consideración de sus verdugos como víctimas de un mal que les ha vaciado de humanidad -"lucho contra el mal, no contra sus víctimas"-, dijo; su combate entre el miedo y el sentido del deber cuando se le ofrece exiliarse en Roma para librarse de la persecución; la serenidad con la que -en las estupendas escenas de su retiro en las montañas para deliberar- vive su propio Getsemaní de angustia hasta que toma la valiente decisión que le costó la vida; son matices que, ayudados por la sobria interpretación de Adam Woronowicz, enriquecen dramáticamente al personaje y a la película.

Nada de blandura hagiográfica o de maniqueísmo reductor. Las detenciones y el martirio están contados con un sobrio tono que por momentos recuerda La confesión de Costa-Gavras, otra formidable denuncia contra los mecanismos de represión y los falsos procesos comunistas. Hasta la música, de la que se abusa emocionalmente en la primera parte, se hace más contenida. La narración concisa y seca, partida por largos fundidos en negro, y la sobria escenificación del martirio alcanzan el mejor cine. Esta extensa media película -la segunda parte de su muy largo metraje- vale por un puñado de películas enteras. Merecía haberse estrenado antes -llega con cuatro años de retraso- y con mejor distribución. Háganle ustedes justicia viéndola.

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