'UNA CASA, LA FAMILIA Y UN MILAGRO' | CRÍTICA

Good Bye, lujosa villa

Un fotograma de la película.

Un fotograma de la película.

Simpática película italiana hecha según el patrón de las también simpáticas comedias francesas que tantos euros meten en las taquillas galas. Porque tiene mucho más que ver con los bienintencionados taquillazos franceses centrados casi siempre en conflictos familiares que con la tradición más ácida y popular de la comedia a la italiana que reinó en las pantallas, gracias a los De Sica, Monicelli, Risi, Steno, Comencini o Germi, en las tres décadas de oro del cine italiano (1945-1975). Y ello pese a que su debutante director tenga una larga trayectoria en su país como actor en teatro, televisión y cine además de como director teatral sobre todo de comedias, pero también de ópera.

Una villa espléndida. Cuatro hermanos digamos que no muy sentimentales o apreciadores del arte además de ávidos de dinero por necesidad o vicio. Un padre sumido en un largo coma. Una venta oportuna. Un inoportuno retorno del coma. Y la necesidad de reconstruir el entorno del padre para ayudarle en su recuperación. Podría latir como fuente de inspiración aquella Good Bye, Lenin en la que un hijo hace creer a su madre enferma y entusiasta del comunismo que el muro no ha caído y ellos siguen viviendo en el Berlín Oriental. Esto es lo mismo pero en una opuesta versión sibarita y lujosa: lo que el padre necesita no es precisamente el comunismo, sino la belleza y el lujo de su villa. La fuente de comicidad está en los esfuerzos de los hijos por recuperar lo vendido o disimular lo irrecuperable.

Entretenida y simpática. Pero sin tan siquiera rozar la altura que la comedia tuvo en las ya mencionadas tres décadas de oro. Nada sorprendente. Ni tan siquiera la rozan los hoy considerados más grandes, como Moretti, Sorrentino, Muccino, Garrone o Guadagnino. La crítica italiana habla de una generación de plata en comparación con la de oro. Yo lo dejaría en bronce. Más de un cuarto de siglo después de su final dudo que vuelva la grandeza de aquellos tiempos.

Lo mejor de la película es que redescubrirá –casi resucitará, por la mala distribución del cine italiano– a unos y descubrirá a otros a ese gran y veterano actor secundario octogenario que es Luigi Diberti, presente en las pantallas, tras estarlo en los escenarios teatrales y la televisión, desde sus primeros papeles cinematográficos a principios de los 70 en las ya históricas Metello de Bolognini o La clase obrera va al paraíso de Petri.

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