CRÍTICA 'SPLICE'

Natali ambiciona más de lo que puede

Splice. Ciencia-ficción, Francia-EE UU-Canadá, 104 min. Director: Vincenzo Natali. Guión: Vincenzo Natali, Antoinette Terry Bryant, Doug Taylor. Intérpretes: Adrien Brody, Sarah Polley, Brandon McGibbon, David Hewlett, Abigail Chu, Delphine Chanéac. Música: Cyrille Aufort. Fotografía: Tetsuo Nagata.

Con Frankenstein o el Moderno Prometeo Mary Shelley dio, en 1818, un nuevo rumbo a las antiguas fantasías sobre la soberbia del hombre empeñado en robar sus secretos a los dioses, sobre todo el de la creación de la vida. En el título estaba resumido el programa: el cruce entre el mito de Prometeo y la modernidad que en aquellos años primeros del siglo XIX, en los inicios de la Revolución Industrial, comenzaba a disfrutar de los bienes del progreso tecno-científico y a sufrir sus consecuencias. Eran los años que Dickens definió tan concisa y magistralmente en el arranque de Una historia en dos ciudades: "Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos". La intuición de que la naturaleza profanada se vengaría de la soberbia del hombre ha sido ratificada, dos siglos después, por los graves problemas medioambientales que afrontamos hoy. Entonces, y aún mucho después, la formulación era patrimonio de la literatura de fantasía que desde el Frankenstein de Mary Shelley a los androides que sueñan ovejas eléctricas de Philip K. Dick, pasando por el Doctor Moreau de H. G. Wells o el malvado Zaroff de Richard Connell, nutrieron al cine de los relatos sobre los que Whale (Frankenstein), Schoedsack (El malvado Zaroff), Arcel (La isla de las almas perdidas) o Scott (Blade Runner) construyeron grandes películas.

A este filón se apunta Splice dando un toque en principio sensual y gélido, pesimista y sofisticado a la mil veces contada historia de la creación artificial de la vida y su castigo. Los extravagantes laboratorios situados en montañas o islas perdidas es ahora el moderno centro de una multinacional biomédica. El cosido de cadáveres después electrificados o la fusión de especies a través de la vivisección han cedido el paso a la experimentación genética. Y la criatura suscita sentimientos enfrentados que van de la atracción maternal a la sexual y al horror, como si el género fantástico se cruzara con el terrorífico (variante demoníaca) en una suma de Frankenstein, Cronemberg y el Polanski de La semilla del Diablo (y hasta de Lunas de hiel en versión mutante).

El canadiense Vincenzo Natali, autor de las interesantes Cube (a la que se le podría reprochar ser uno de los antecedentes de la saga Saw) y Cypher, plantea bien su película pero carece de la autocontención, el talento y el rigor necesarios para conducirla por la senda perturbadora y elegante que él mismo le marca. Antes de que medie se produce una mutación fílmica, ya que estamos en ello, que la conduce por caminos que bordean el ridículo en su fracasado intento por explorar lo insólito y lo morboso. Las buenas interpretaciones de Adrien Brody y Sarah Polley dan un toque de calidad a esta película que ambiciona más de lo que puede y promete más de lo que da.

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