Sordo | Crítica

Al Oeste de las dos Españas

Asier Etxeandía en una imagen de 'Sordo'.

Asier Etxeandía en una imagen de 'Sordo'.

De las tres películas españolas que se estrenan este otoño sobre la guerra y la posguerra civil, a saber, Mientras dure la guerra, de Amenábar, La trinchera infinita, de Garaño, Goenaga y Arregi y Sordo, de Alfonso Cortés-Cavanillas, es esta última la que aborda el supuesto eterno asunto de nuestro cine desde una perspectiva de género y con más licencias cinematográficas y ficcionales.

A partir de la novela gráfica de David Muñoz y Rayco Pulido basada a su vez en un acontecimiento histórico contrastado, a saber, el intento de invasión y reconquista del poder por parte de las milicias republicanas en la frontera del Valle de Arán en octubre de 1944, Sordo adopta un indisimulado aroma pulp y las maneras, esquemas, personajes y situaciones del western para desplegar sobre la España fratricida y deprimida de la época un poderoso ejercicio de estilo que remite no sólo a lo modos clásicos del género sino también a su relectura posmoderna por parte de un cineasta como Tarantino, inevitable referencia, en ocasiones por la vía de la cita explícita o el plagio (véase el personaje de la mercenaria rusa con un parche en el ojo o cierta tendencia a la dilatación de las escenas), para una película que se aparta poco a poco de los manuales de Historia para funcionar como un filme de aventuras en plena naturaleza delimitado por sus héroes, maquis de aspecto glamuroso, sus antihéroes, militares malencarados y vengativos, y sus correspondientes persecuciones bosque a través en las que el paisaje funciona como telón de fondo trágico, la fauna como contrapunto simbólico para su trayecto de muerte y fatalismo y las mujeres (Marian Álvarez) como muleta para el refugio o el amor incluso.

Un sobrio Asier Etxeandía compone además a un personaje bastante bien perfilado en su sordera sobrevenida, argucia de guion que permite desplazar el interés narrativo y formal del filme hacia los elementos puramente visuales y sonoros dejando la palabra y el texto en unos agradecidos mínimos que nos ahorran explicaciones e innecesarios apuntes de contexto.

Cortés-Cavanillas se confirma como buen estilista de imitación aunque no siempre consigue domar del todo su tendencia al exceso, ya sea por cuenta del abundante uso de la música orquestal o bien por algunas resoluciones en las escenas de acción y violencia explícita que se nos antojan algo enfáticas o pasadas de rosca.

Con todo, Sordo supone al menos un nuevo y loable intento de integrar la Historia y el cine de género en un territorio casi siempre abonado para viejas inercias dramáticas y un cierto maniqueísmo que quiere pasar por realista. Con las cartas marcadas y el mapa bien trazado desde los primeros compases, la película sabe mantenerse fiel a su premisa y a su tono, no da gato por liebre y sostiene una mirada insólita y suficientemente original sobre uno de esos viejos tópicos del cine español que conviene desterrar de cuando en cuando.