Crítica 'Papá, soy una zombi'

Perdidos en 'burtonlandia'

Papá, soy una zombi. Animación, España, 2012, 80 min. Dirección: Ricardo Ramón, Joan Espinach. Guión: Daniel Torres. Música: Manel Gil.

El universo de Tim Burton, lo burtoniano, ha acabado por convertirse en una imagen de marca que alimenta el culto de los jóvenes y adolescentes raritos, siniestros o góticos como seña de identidad diferencial.

No es de extrañar, por tanto, que la animación siga muy de cerca la tendencia siniestro-grotesca de sus criaturas, especialmente las de Pesadilla antes de Navidad y La novia cadáver, como vía para ganarse a ese público que no encaja del todo en los plácidos, familiares y coloridos universos de Pixar o Dreamworks.

Papá, soy una zombi es la indisimulada apuesta española (y con vocación exportadora) por este modelo, un filme de animación infantil-juvenil que oscurece su estética y diseña su trazado argumental en el submundo de los muertos vivientes y las pesadillas para buscar las identificaciones de la muchachada que se siente diferente.

Con todo, el posibilismo tecnológico de la cinta de Ramón y Espinach, que cambia el stop-motion por la animación digital 100% y copia fielmente los acordes elfmanianos en la partitura de Manel Gil, confirma que con paciencia y el software adecuado pueden alcanzarse resultados dignos en cualquier sitio. Otra cosa es ya, ay, el talento para el diseño de criaturas y personajes, el trabajo de guión y diálogos, el sentido del humor, el ritmo o la claridad de tono, que se ve aquí lastrada por una molesta remezcla de géneros y referentes (zombis, moteros hippies, brujas, criaturas monstruosas, etcétera) que no terminan de cuajar en una salsa espesa que tampoco parece tener muy claro a qué tipo de público se dirige, si a un niño de 10 años o a un adolescente de 16.

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