I LOVE DOGS | CRÍTICA

Perros cruzados

Fotograma de la cinta de Ken Marino.

Fotograma de la cinta de Ken Marino.

Tal y como están las cosas en la comedia americana -cada vez más vulgar y estúpida- y cómo se está desarrollando este verano de estrenos mayoritariamente horrorosos, es una buena noticia que I Love Dogs sea una comedia amable pero no tonta, bien escrita, dirigida e interpretada: se nota que su director, Ken Marino, realizador televisivo que solo contaba con un largometraje más bien mediocre (Instrucciones para ser un latin lover), ha sido también actor y ha aprendido a aproximarse al cine con mayor finura. No es poca cosa para los tiempos que corren en el cine comercial americano. Sigue el esquema de vidas cruzadas que hace mucho tiempo pusieron de moda novelas y películas como Grand Hotel, novela de Vicki Baum (1929) y película de Edmund Goulding (1932) con el primer reparto cuajado de estrellas (all star film) de la historia del cine, después actualizado en literatura por los relatos de Raymond Carver llevados al cine por Altman en Vidas cruzadas (en este caso serían perros cruzados o perros que cruzan vidas) o por Magnolia de Paul Thomas Anderson.

Aquí son los perros quienes trenzan las vidas de sus dueños. Un poco como el estupendo inicio de 101 dálmatas en versión de grupo. Como toda comedia digna de tal nombre tiene sus momentos de emoción siempre felizmente resueltos o dejados abiertos con un guiño entre sentimental y melancólico. Pero puede más el optimismo moderado que, en el caso de este género, es una forma de realismo. Porque afortunadamente, y salvo en circunstancias extremas, la vida tiene más medias luces que luces deslumbrantes o negruras absolutas.

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