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Spielberg revisita la I Guerra Mundial

  • 'Caballo de batalla', que llega hoy a las pantallas españolas, analiza el fin de la caballería en los conflictos bélicos

Steven Spielberg se ha impuesto a sí mismo un regular ritmo de trabajo. Pasa varios años sabáticos y de repente le da un frenético ataque que le lleva a empalmar rodajes sin solución de continuidad, cosas que le llevan incluso a la contradicción. Así, hace casi veinte años fue capaz de pasar sin despeinarse de revolucionar para los restos los efectos especiales en la palomitera Parque Jurásico a la hecatombe judía en La lista de Schindler. No dejaba de dar grima que el mismo cineasta cambiase de tema con tanta facilidad y sin perder su poderoso estilo visual, marca de fábrica.

Sin embargo, en estos años está batiendo su propia marca. Tras estrenar hace unos meses su versión animada de Las aventuras de Tintín, se halla preparando su viejo proyecto sobre Abraham Lincoln. Pero mientras, llega hoy a las pantallas españolas su nuevo filme, Caballo de batalla.

Si en una de sus mejores obras, Salvar al soldado Ryan, nos acercó a la Segunda Guerra Mundial, en Caballo de batalla lo hace al otro gran conflicto del siglo XX, la Gran Guerra de 1914. Pero lo hace desde un punto de vista muy especial, ya que se centra en un tema que nadie ha tratado, como es el papel de los caballos. Cualquier aficionado a la historia militar sabe que la Primera Guerra Mundial significó el fin de la caballería como arma de combate, con sus heroicas cargas desplazadas para siempre en el imaginario por la dura realidad de las alambradas y las ametralladoras en primera instancia, y en segunda por la aparición del tanque. Aún así, los caballos siguieron siendo usados como transporte y medio de locomoción de los oficiales, con lo que ocho millones de ellos murieron. Es un enfoque respetable como otro cualquiera, pero no estará de más recordar que en la Gran Guerra perecieron 31 millones de seres humanos, innúmeros quedaron lisiados para siempre y se liberaron fuerzas históricas que llevaron a la corta al comunismo en Rusia y a la larga a los fascismos.

Spielberg ha adaptado la novela de Michael Morpurgo, un éxito en los países anglosajones y que tiene versión teatral. Lo curioso, viniendo del director de esta orgía infográfica que fue Parque Jurásico, es que esta vez ha rechazado los efectos digitales para su historia y la ha rodado al viejo estilo, con actores y animales reales. Eso ha llevado a que haya habido en algunas escenas 150 equinos y centenares de extras para recrear las batallas con realismo, lo que ha significado un esfuerzo de producción de las que ya no se hacen. Como ejemplo, decir que Joey, el caballo que es el verdadero protagonista de la función, se formó en realidad con once animales, cada uno para determinados planos y secuencias. Spielberg ha contado con un reparto que intenta que Joey no le haga sombra. Al debutante Jeremy Irvine se le unen Peter Mullan, Emily Watson, David Thewlis, Niels Arestrup y un Benedict Cumberbatch que está en todas, en la reciente El topo y en la serie sobre Sherlock Holmes.

La historia nos presenta a un joven granjero británico que tiene un caballo al que adora. Sin embargo, su padre, presionado por un terrateniente que los quiere expulsar lo vende al ejército británico que compra equinos a precio de oro para la guerra. El caballo empieza a deambular por los campos de batalla, y su joven amo acaba alistándose para ver si lo encuentra. A pesar de todo este despliegue, los Oscar no se han conmovido demasiado. El absurdo de colocar a diez películas como candidatas la ha puesto en la final, pero su ausencia de nominaciones en categorías como director, intérpretes o guión la condenan sin remedio.

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