LA MONJA | Crítica

Otra de los 'Warren Files' marchando

Una imagen de la película.

Una imagen de la película.

Expediente Warren: El conjuro de James Wan, estrenado en 2013, ha ido pariendo secuelas, precuelas y periferias (eso que llaman spin-off) con una asombrosa fecundidad: Annabelle (2014), Expediente Warren: El caso Enfield (2016), Annabelle Creation (2017) y ahora La monja.

Sin que la cosa quede ahí, porque hay anunciados otros dos títulos para 2019. Aunque no podrá superar a la explotación de su más claro precedente, aquel Amityville con el que los Warren también tuvieron que ver y al que entre 1979 y 2017 le exprimieron 13 largometrajes.

Todo se basa, al menos en origen, en los supuestos casos reales vividos por los investigadores paranormales Ed y Lorraine Warren. La cosa en esta ocasión nos lleva a una muy apropiada Rumanía plagada de tópicos y va de monjas, curas y novicias que tienen que vérselas con posesiones diabólicas, congregaciones secretas, conventos alzados sobre terrenos peligrosos y batallas entre legiones celestiales y demoníacas. Da pereza, ¿verdad?

Pues más aún da si se comete la imprudencia –porque mira que la cosa está clara y no engaña– de verla: terror de quinta categoría, de sustos de escobazos del tren de la bruja, de sobresaltos logrados a base de decibelios. Taissa Formiga es la novicia, Demián Bichir el Bourne del Vaticano y Bonnie Aarons la monja diabólica. Dirige la cosa Corin Hardy, que obtuvo cierto éxito con The Hallow, otra película de malos rollos que le valió entrar en la factoría de James Wan. En mala hora.

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