Crítica 'Woody Allen: El documental'

Woody Allen: 'primum vivere'

Woody Allen: El documental. Documental, Estados Unidos, 2011, 113 min. Dirección y guión: Robert B. Weide. Música: Paul Cantelon. Reparto: Woody Allen, Letty Aronson, Antonio Banderas, Marshall Brickman, Josh Brolin, Dick Cavett, Penélope Cruz, John Cusack, Larry David, Seth Green, Mariel Hemingway, Annette Insdorf, Charles H. Joffe, Scarlett Johansson, Julie Kavner.

En su admirada Ocho y medio, que Allen intentó homenajear en Stardust Memories, una de sus pocas malas películas, Fellini contó como nunca nadie lo ha hecho cuál es la única terapia que puede curar las angustias de un creador: volcarlas en su obra. Fellini lo hizo, de su primera a su última película, en ese tono sólo suyo tragicómico, patético-grotesco, despiadado al principio para al final compadecerse de sus criaturas sin por ello salvarlas de sus destinos miserables o mediocres. Lo excepcional de la propuesta de Ocho y medio, además de desvelarnos que la película que hemos visto es la terapia que ha permitido al director salir de su crisis existencial y creativa, es el cariño hacia los personajes que le deben su existencia: la creación como engendramiento de seres que pueden tener casi la misma realidad de existencia que los reales.

Allen, compartiendo este sentido terapéutico-autobiográfico del cine y este cariño engendrador de personajes, escogió el camino de la comicidad y después, desde Annie Hall, el de la comedia agridulce. Y en esta línea sigue, recién estrenada la excepcional Blue Jasmine. Este buen documental recorre toda su vida, desde su infancia hasta hoy (bueno, hasta 2011 que es su fecha de producción). Una vida que mi generación ha vivido con él, desde que lo descubrimos; primero como un tipo muy divertido cuando éramos adolescentes en ¿Qué tal gatita? y Casino Royale (1965 y 1967); después como un guionista, director y actor que se desplegaba como el mejor cómico americano tras Jerry Lewis (los años que van de Toma el dinero y corre a La última noche de Boris Grushenko, de 1969 a 1975); y finalmente como el genio de la comedia que descubrimos con Annie Hall y, sobre todo, con Manhattan (1976 y 1979). Reafirmado, tras los titubeos de Stardust Memories y La comedia sexual de una noche de verano (1980 y 1982), a partir de Zelig con el incansable ritmo pocas veces roto de una película por año.

Una carrera, en la dirección, paralela a la de Clint Eastwood, que se dio a conocer como gran director, tras la prometedora Escalofrío en la noche, con El fuera de la ley Josey Wales el mismo año de Annie Hall. Hoy, con 78 años Allen y 83 Eastwood, son los dos más grandes clásicos vivos del cine americano.

Actores, productores y colegas (los más interesantes), críticos y otras hierbas intelectuales (los menos interesantes) y el propio Allen (lo que da su mayor valor a esta película) despejan algunas incógnitas -pocas: su filmografía es su autobiografía- y sobre todo suman anécdotas reveladoras. Lo más destacable y sorprendente: la modestia de este egocéntrico al que, como a John Ford, le interesa mucho más la vida que el cine. O, lo que es casi lo mismo: al que le interesa el cine como reflejo de la vida. La sabiduría de los clásicos: "Primum vivere, deinde philosophari".

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios