buenos vecinos | crítica

El árbol (negro) de la vida

El árbol (negro) de la vida

El árbol (negro) de la vida

Las viejas cuitas vecinales, si acaso las más violentas y desagradables que uno pueda imaginar, adquieren en esta Buenos vecinos, título español para el original Under the tree (Bajo el árbol), una nueva superficie, fría y distanciada como su origen islandés puede dar a entender fácilmente, para abrir dos grandes crisis, la de un matrimonio jubilado enfrentado a sus vecinos por la sombra de un árbol del jardín, y la del hijo de estos, que pasa por un tormentoso proceso de separación, destinadas a cruzarse y encontrarse de la peor de las maneras.

Hafsteinn Gunnar Sigurðsson (Paris of the North) toma distancia irónica e insufla altas y gélidas dosis de humor negro a la historia con su puesta en escena (casi más interesante en lo sonoro que en lo visual), observando a sus patéticas criaturas como si de un científico se tratara, primero sin empatía alguna hacia sus carencias y miserias, y luego dejando ver poco a poco cierta comprensión (no me atrevería a decir empatía) hacia sus erráticos comportamientos vengativos, que inciden sistemáticamente en el hundimiento hacia la catástrofe antes que en la posible solución a los problemas.

Buenos vecinos deja por el camino algunas escenas memorables (por vergüenza ajena), entre ellas una insuperable a costa de un pobre perro disecado. Con todo, el crescendo de violencia final y su resolución dejan demasiados cabos sueltos y suspenden toda posible lectura metafórica (¿el supuesto bienestar de la sociedad islandesa?) para cerrar en falso un duelo de altura sobre las maneras más crueles de putear al prójimo.

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