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La bella 'Silver Lode'

  • Una completísima edición de 'Filón de plata' sirve para sacar del injusto olvido a Allan Dwan, legendario pionero del cine

Filón de plata. Director Allan Dwan. Con John Payne, Lizabeth Scott, Emile Meyer, Dolores Moran, Dan Duryea. Versus.

Dwan, cineasta con más de 400 películas, vivió 20 años después de filmar la última (la atrevida y urgente Most dangerous man alive, 1961) y, en la década de los 50, dejó algunas de las mejores películas de los géneros canónicos de Hollywood: películas de bajo presupuesto que repitieron créditos en muchos casos (el productor Bogeaus, el director de fotografía Alton y el actor Payne) y se aprovecharon de la despojada sabiduría de uno de los padres del cine narrativo. Nada de esto le sirvió a Dwan, que, obligado a retirarse antes de tiempo, no tardó en ser orillado injustamente en las historias universales y la cultura cinéfila. Este agujero en la memoria del cine siempre fue señalado por las mejores voces (las últimas: Daney, Bogdanovich o Marías), y ahora pueden comprobar la pertinencia del ilustre pataleo crítico ante la deslumbrante Filón de plata, western inolvidable que se va cargando de electricidad narrativa mediante avanza con medidos giros de guión y una calculada puesta en escena que, mimando cada detalle, añade complejidad a los personajes equilibrando la importancia de lo mostrado y lo elidido mientras lleva al espectador de la mano sin susurrarle al oído lo que debe pensar.

Pensando en la década (los 50 y el género, es difícil explicar por qué hoy día todo el mundo recuerda Solo ante el peligro y casi nadie Filón de Plata, siendo esta última muchísimo mejor, más entretenida y, sobre todo, compleja. Quizá el momento en el que se intentaba ganar al público con pantallas anchas, colores brillantes y gestos afectados era el peor contexto imaginable para Dwan y su encuadre cuadrado, malos tiempos, en el fondo, para un cineasta de la precisión que, tras el valioso bagaje adquirido en los largos años de pionero mudo, parecía desconfiar del exceso de estímulos visuales y de los subrayados tantas veces compañeros de la palabra hablada. Con pareja ideología y aún más directas implicaciones (el villano al que encarna -nunca mejor dicho- Dan Duryea se apellida MacCarty) que el largometraje de Zinnemann, Filón de plata, que le costó la cabeza, profesionalmente hablando, a la intrépida guionista Karen DeWolf, va mucho más allá y con mucho menos. Aquí el bisturí también se blande sobre la comunidad hipócrita que da progresivamente la espalda a un hombre al que todos decían querer: una más que dudosa acusación de asesinato empieza a minar a unos pocos y excita la salivación de las lenguas locales; luego, un nefasto intercambio de balas ciega al resto, preso ya de las apariencias y dispuesto a linchar al amado vecino. Esta ceguera deja solo al protagonista, pero, además, le mancha de sangre las manos, pues en la huida en busca de tiempo para probar su inocencia abate a varios pueblerinos agitados. Hasta ese momento, el espectador implicado en los giros casi no atiende a que Dwan no sólo es transparente, sino también delicado y minucioso: ahí, cuando Dan Ballard (Payne) se vea obligado a empuñar las armas, se produce la falla que separa lo que antes unía la composición y la dinámica del plano-contraplano, el vínculo de Ballard con sus conciudadanos. Dwan lo seguirá entonces en la distancia, junto a él en uno de los trávellings más maravillosos jamás rodados. Al final, la masa enardecida con una mentira se calma con otra. La verdad se agita al viento en la mano de una valiente prostituta.

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