Crítica 'Declaración de guerra'

El cine, al rescate de los "hechos reales"

Declaración de guerra. Drama, Francia, 2011, 100 min. Dirección: Valérie Donzelli. Guion: Valérie Donzelli, Jérémie Elkaïm. Fotografía: Sébastien Buchmann. Intérpretes: Valérie Donzelli, Jérémie Elkaïm, Gabriel Elkaïm, César Desseix, Brigitte Sy, Elina Löwensohn, Michèle Moretti, Phillipe Laudenbach, Bastien Bouillon, Béatrice de Staël.

El amor en tiempos de guerra se conjuga lejos, muy lejos de las fórmulas dramáticas de las historias "basadas en hechos reales" que suelen ser carne picada de telefilme de sobremesa. El segundo largo de Valérie Donzelli (La reine des pommes), nueva heroína en nuestro particular panteón de jóvenes actrices-cineastas francesas, fulmina de un plumazo la querencia del melodrama-con-enfermedad con la soltura, la ligereza, la intensidad, la descompresión y la verdad de quien sabe que, en el fondo, el cine no ha hecho sino saturar de baratos clichés sentimentales todo aquel drama que pase por el sufrimiento infantil o sus consecuencias en el seno de la pareja o la familia.

Declaración de guerra se sitúa en el epicentro de una relación sentimental sacudida por las consecuencias del cáncer diagnosticado al hijo recién nacido, asunto extraído de la vida de la pareja formada por Donzelli y Jérémie Elkaïm, dispuestos a exorcizar su propia y asendereada experiencia personal en un desarmante y distanciado ejercicio cinematográfico a tumba abierta que sortea con inteligencia, fulgor, humor y generosidad todos aquellos tropos que acabarían por convertir la autobiografía en una almibarada caricatura dramática para corazones sensibles.

Crónica de la lucha de una pareja moderna por mantenerse a flote en las circunstancias más adversas, reflejo de un tiempo de encuentro, ilusiones, alegrías, entrega, renuncias y zozobra combatidos con el entusiasmo, el amor, la amistad, el compromiso, la determinación, la solidaridad, la inteligencia y una atlética energía vital, Declaración de guerra nos hace subir y bajar por su vertiginosa montaña rusa de emociones (narrativas y formales) entre gloriosos retazos cinéfilos (ahí están Truffaut, el primer Godard o Demy reescritos de manera prodigiosa) asimilados con desparpajo, con el sincero tono confesional capaz de convertir el grito más amargo (el de un padre, desesperado al conocer la noticia de la enfermedad) o el temor más acendrado (el de una madre, dejando a su hijo a las puertas de un quirófano) en un gozoso musical a dos voces, sin gravedad ni falsas apreturas de guión, con la melancolía pop (Morricone, Delerue, Bonfa) que disuelve el final anunciado de una historia de amor sin complacencia, sin tristeza ni violines de fondo, con una apuesta decididamente política por una manera de entender la vida en el mundo de hoy. Cuánto nos gustaría ser un poco como ellos.

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