Habitación 212 | Festival D'A en Filmin

Una comedia cuántica

En constante huida hacia adelante, pero consciente de que su terreno natural sigue siendo el de la comedia romántica y los triángulos amorosos a la francesa, Christophe Honoré pasa de la sublimación autobiográfica de Vivir deprisa, amar despacio a este divertimento que exhibe su condición de artefacto teatral y autoconsciente entre guiños atenuados al Deville de Noche de verano en la ciudad, el Carax escenográfico de Mala sangre o al último Renais de neones, decorados de plató y nieve artificial.

Habitación 212 comunica tiempos y edades superando muros y sobrevolando paredes entre el apartamento de una pareja en plena crisis (Benjamin Biolay y Chiara Mastroianni, redoblándose desde la vida real) y la pieza del hotel de enfrente desde la que ellos mismos se observan en un juego cuántico que tiene algo de viejo teatro de la memoria y la nostalgia por las oportunidades perdidas y ese inevitable toque posmoderno marca de la casa que bordea el tono y la atmósfera del cine musical sin necesidad de poner a cantar a sus personajes.

Lanzado el juego de diálogos, reproches, confesiones y reencuentros imposibles, la película no consigue empero mantenerse a flote en un mismo ritmo una vez superada la entrada de varios personajes (madres, abuelas, amantes y hasta una voz de la conciencia en el cuerpo de un Aznavour con sobrepeso) y una vez abiertas más puertas de las necesarias, tal vez ante la desconfianza de que la doble pareja no sea suficiente para sostener el artificio, el enredo y la expiación catártica.

Si Biolay y la Mastroianni resisten con personalidad el juego de los polos, Vincent Lacoste se nos vuelve a atravesar como improbable versión cómica y eternamente postadolescente del primero, galán de abrigo largo y cara abofeteable que ha de sostener demasiado peso en este recorrido de ida y vuelta por las mentiras, errores, culpas y perdones de la vida en pareja, un canto al amor imperfecto, maduro y resistente balanceado entre sonatas de Scarlatti y baladas cursis de Barry Manilow.      

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