Crítica 'retratos de familia'

La conmovedora simplicidad del gran cine

retratos de familia. Drama, Singapur, 2013, 99 min. Dirección y guión: Anthony Chen. Intérpretes: Koh Jia Her, Angeli Bayani, Chen Tian Wen y Yeo Yann Yann. Fotografía: Benoit Soler.

Singapur, años 90. Una familia de clase media asciende a costa de duro trabajo a una posición algo más acomodada. La madre, embarazada, y el padre trabajan en unos entornos duramente competitivos. Agobiados por su hijo maleducado y conflictivo contratan una sirvienta filipina, una de tantas que han de buscarse la vida fuera de su empobrecido país. El niño se dedica a humillarla. Los padres la tratan con frialdad y cierta desconfianza. Estalla la recesión económica. Se suceden despidos y cierres. La familia ve amenazado su modesto bienestar y su estabilidad emocional. Pero entre el maleducado niño y la dulce sirvienta se está trenzando una relación de afecto y ternura que acabará por impregnar a los otros miembros de la familia.

Un aire entre el Flaubert de Un corazón puro y el Ozu de Cuentos de Tokio u otro de sus soberbios y sobrios retratos familiares (¿los planos de naturalezas muertas, arquitecturas y ropas tendidas son una referencia al maestro japonés?) engrandece esta tan pequeña -90 minutos, pocos medios- como grande -en calidades y emociones- película con la que hace dos años debutó el realizador singapurense Anthony Chen. Y que recuerda a Una vida sencilla del hongkonés Ann Hui, también inspirada en recuerdos personales y centrada en la vida de una criada de corazón puro y simple. Una vez más desde la periferia del gran eje cinematográfico euro norteamericano nos llega una obra que demuestra que el buen cine con profundidad humana, no reducido a un parque de atracciones digitales (EEUU) ni achicado a la sombra de los falsos autores y los europuddings (Europa), vive lejos de nosotros.

La dulzura está en el corazón de la protagonista, dotada de una bondad que ni sus duras condiciones de vida, ni tan siquiera el recuerdo del pequeño hijo que ha tenido que dejar en Filipinas, han apagado. La dureza está en el ambiente híper competitivo de un Singapur aún más endurecido por la crisis. La rebeldía cruel y maleducada del niño es en parte resultado del estrés laboral que hace amarga las vidas de sus padres. Como muchos filipinos, la chica es católica. Una vecina le pregunta: "¿Eres filipina? ¿Tienes un rosario? Pues guárdalo. Aquí no hay sitio para Dios". Este Singapur empeorado por la crisis es un lugar en el que Dios no cabe. Ni los sentimientos familiares. ¿O sí? La sirvienta filipina demuestra que el lugar de Dios y de los sentimientos está en el corazón de cada cual, sean cuales sean las circunstancias externas. Y que desde allí pueden transformar la realidad. Al menos la inmediata y próxima. Esto se cuenta sin retórica alguna, sin discursos, sin blanduras. Sólo con unas imágenes muy sobrias y un tono que debería recordarle a Europa el realismo (humano, humanístico, humanizador) que hizo su grandeza.

La joya de la película, junto a la concentrada y sensible dirección de Anthony Chen, es la actriz filipina Angeli Bayani, que realiza una interpretación conmovedora por su sobria autenticidad y su fuerza emocional. Lo que suma, no quita, autenticidad a los más que notables trabajos de Yeo Yann Yann, Chen Tian Wen y el pequeño Koh Jia Her como la familia a la que la criada filipina salva de importar a sus vidas la rudeza de la vida que gira a su alrededor. Lográndolo sin hacer nada especial, solo demostrándoles con su silencioso ejemplo que lo único que no les puede quitar la crisis, lo único que no pueden permitirse perder, es el amor que se tienen los unos a los otros.

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