Alma viva | Crítica

Traicionar a los padres

Una imagen del filme portugués dirigido por Cristèle Alves Meira.

Una imagen del filme portugués dirigido por Cristèle Alves Meira.

No es mucho el cine portugués que se estrena en España ni tampoco Alma viva nos parece lo más interesante que se esté haciendo últimamente en el país vecino. Con todo, se entiende su llegada a la cartelera subida a ese carro del regreso a lo rural como territorio de iniciación, rituales y misterio que, con mirada femenina o perspectiva infantil, se ha puesto de moda en el cine de la península.

La cinta nos traslada a un pequeño pueblo de la región norteña de Tras-os-Montes donde nuestra protagonista, una niña que pasa unos días de vacaciones con la familia de su madre, con la que vive en Francia, observa el mundo adulto con esa mezcla de asombro, curiosidad y extrañeza articulada desde las supersticiones locales, la singularidad, el ruido del roce de los suyos y el súbito fallecimiento de la abuela que despliega el tiempo de espera hasta el entierro como pretexto para desarrollar los temas del relato.

Alves Meira busca el eco de los maestros Cordeiro y Reis o incluso el de Aquel querido mes de agosto de Gomes, pero no acierta a despegarse de un costumbrismo algo ramplón y de tono indeciso entre los toques de humor negro funerario, el drama telúrico-familiar y una superchería de andar por casa que no trasciende lo literal para moverse entre los pliegues de lo mágico.

A la postre, Alma viva presente también todos los síntomas del filme primerizo o el corto alargado hecho de retales y recuerdos autobiográficos que no se hilvanan con fluidez ni tampoco empasta los cuerpos y voces singulares de los lugareños con los actores profesionales.