Las consecuencias | Crítica

Secretos de familia con mar de fondo

El segundo largo de la venezolana Claudio Pinto Emperador (La distancia más larga), esta vez una co-producción europea entre España y Holanda, se adscribe a ese territorio sombrío del drama familiar marcado por los silencios, las insinuaciones y los secretos que atraviesan un encuentro entre padre, hija y nieta en la isla desierta a la que se retiran para intentar superar el duelo de la segunda tras la muerte accidental de su marido.

Una isla volcánica trasplantada desde Canarias al Mediterráneo que se erige también en protagonista y trasfondo móvil y sonoro del drama íntimo con su particular orografía, sus tonos ceniza y su luz fría, testigo de un cruce de tiempos en los que el trauma originario va emergiendo poco a poco, entre tránsitos, miradas y encierros, como motor de unos gestos donde la sospecha, el dolor y la afirmación no siempre son sostenidos con la credibilidad suficiente por unos diálogos y unos actores demasiado atenazados por el peso de los acontecimientos.

Tal vez sea el chileno Alfredo Castro quien más cómodo se encuentre, al fin y al cabo ha interpretado el mismo personaje en El Club, El perro, Algunas bestias o Blanco en blanco, a saber, el tipo atormentado por la herencia sanguínea que le empuja a los límites de lo monstruoso como si de un vampiro siniestro se tratara. A su lado, Juana Acosta y la joven María Romanillos van y vienen, entran y desaparecen, tiran y aflojan en un relato que no siempre sabe con quién quedarse y que a la postre termina optando por el camino más fácil para su desenlace, verbalizando sobre la mesa o mediante flash-backs, como si de un culebrón se tratara, todo aquello que había quedado sugerido e insinuado a través de la propia textura formal de la película.