La memoria de un asesino | Crítica

Neeson ya no está para estos trotes

Liam Neeson en una imagen del filme.

Liam Neeson en una imagen del filme.

Abonado al papel de héroe maduro, paternal y justiciero desde hace ya década y media y no menos de una docena larga de thrillers de acción del mismo corte, Liam Neeson se nos está haciendo viejo en la pantalla aunque sigue aguantando la verticalidad, el vozarrón y la eficacia a la hora de poner el mal en su sitio o vengar las más terribles afrentas de la ficción.

En La memoria de un asesino cambia de bando pero no de principios: su personaje es un asesino a sueldo al servicio incluso de los peores criminales y narcos de la frontera mejicana, pero aun así tiene su propio código moral que le impide matar a niños, mujeres o inocentes. Para más empatía, nuestro implacable killer con conciencia empieza a notar los síntomas del Alzheimer y necesita apuntarse las cosas en el brazo para no olvidarlas, como aquel personaje de Memento de Nolan. Y bueno, es precisamente Guy Pearce, y no parece casual, quien aparece aquí también, primero como policía que lo persigue, luego como aliado en su búsqueda de justicia en las altas esferas de una trama de secuestro y extorsión de menores en cuya cúspide se encuentra una autoparódica Monica Bellucci.

Viejo conocido del género, Martin Campbell (La máscara del zorro, Casino Royale, Al límite, El extranjero) se pone a los mandos de un artefacto esquemático en su mecanismo de acción y reacción y cargado de tópicos a mayor gloria de un personaje (casi) indestructible, siempre en el sitio justo y en el momento preciso, al que Neeson presta ya los primeros síntomas de agotamiento físico y al que incluso parece dispuesto a sacrificar.