Divino amor | Crítica de cine

Sin pecado concebido

Una imagen de la cinta brasileña 'Divino amor', de Gabriel Mascaro.

Una imagen de la cinta brasileña 'Divino amor', de Gabriel Mascaro.

El último cine brasileño para la exportación y los festivales sigue buscando entre los pliegues del género y la serie B (Los buenos modales, Bacurau) o las fábulas distópicas como esta de Divino amor algunas de las claves que ayuden a contar, explicar o entender su actualidad social reorganizada en torno al populismo neoconservador de raíz evangélica que representan Bolsonaro y sus millones de votantes.

La cinta de Gabriel Mascaro (Vientos de agosto, Boi neon), que pasó por Sundance y la Berlinale, dibuja e imagina en clave económica y estética indie un futuro cercano (2027) marcado por la tecnología soft, el control social y la vigilancia, las luces de neón, los beats electrónicos, las arquitecturas de hormigón o los confesionarios para coches, un tiempo de funcionarios públicos que se extralimitan en sus funciones, grupos religiosos de carácter sectario dedicados al rezo y los placeres del cuerpo y altas dosis de fe que ayudan a sobrellevar la búsqueda de un hijo (redentor) a una mujer de mediana edad (Dira Paes) entregada al proselitismo y las causas solidarias al tiempo en que su marido, especialista en arreglos florales, sigue un tratamiento de fertilidad.

Divino amor dibuja así un paisaje de asepsia emocional que se traduce en su puesta en escena espectral, monótona y distanciada, en los movimientos automatizados de unos personajes entregados a rituales marcados por la fe y la disciplina, en un intento quizás demasiado críptico, circular y parabólico por diagnosticar las derivas perniciosas de la religión o el amor verdadero como guías existenciales que no termina de trascender o esclarecerse más allá de su vistosa e hipnótica pantalla de acuario.