Paradise Hills | Crítica

Princesitas empoderadas

Emma Roberts y Milla Jovovich en una imagen de 'Paradise Hills'.

Emma Roberts y Milla Jovovich en una imagen de 'Paradise Hills'.

Con guion de Nacho Vigalondo y Brian DeLeeuw, Paradise Hills se reviste de una estética de fábula pop a mitad de camino entre el anuncio de colonia y la portada del último disco de Nick Cave para sumarse, desde España aunque con vocación global, a ese audiovisual fast-food interesado por las distopías como marco acolchado para nuevos-viejos mensajes de empoderamiento en tiempos de feminismo de consumo.

Cuatro jóvenes díscolas son recluidas por sus familias en una extravagante y florida residencia de lujo a orillas del mar con el fin de reeducar su rebeldía y devolverlas al redil del Patriarcado. Bajo la atenta mirada de la gobernanta Jovovich y sus soldados geyperman, nuestras princesitas multiculturales son drogadas y sometidas a terapias varias que las devuelvan a la sociedad convertidas ya en mujeres sumisas, obedientes y casaderas.

La simpleza del planteamiento no levanta vuelo ni coge densidad alguna en un desarrollo dramático sin sentido de la progresión narrativa y con traca final en clave de lucha de clases, lo que aboca al filme de la debutante Alice Waddington a una sucesión de estomagantes y melifluas estampas en tonos pastel para el lucimiento del diseño escenográfico-textil apenas salpicado por unos voluntariosos efectos digitales que no disimulan su condición de serie B hipervitaminada.

Y todo ello en aras de un mensaje de sororidad y liberación de primero de feminismo destinado a ojos poco entrenados y almas cándidas, probablemente preadolescentes, más familiarizadas con los videoclips de Lady Gaga y el anime que con los nombres de Virginia Woolf o Simone de Beauvoir.