Son muchas las pretensiones de este debut en el largometraje del hasta ahora televisivo Marc Vigil (El Ministerio del Tiempo, Vivir sin permiso, Malaka) a partir del guion Sara Antuña y Carlos de Pando extraído de la novela homónima de Juanjo Braulio. Nada menos que jugar a la metaficción dentro de una trama de género que aspira a retratar las alianzas entre el submundo criminal y los juegos de la alta política en una Valencia de arrabales y lumpen en la que el pantano del título es tomado como (obvia) metáfora de una superficie y unas apariencias aseadas que crecen sobre un fondo de corrupción y lodo.
Muchas pretensiones que apenas despegan en un primer tercio más o menos bien conducido pero que se hunden pronto en la dispersión y la falta de rumbo, especialmente cuando la trama del escritor (Alonso) y sus fantasías de (auto)ficción dan paso al personaje del gitano matón y la matriarca dominante que, en manos de Nacho Fresneda y Carmina Barrios, se hunden estrepitosamente en la caricatura.
El silencio del pantano se suma así a otros tantos thrillers nacionales de imitación (coreana, por lo visto), con más hechuras vistosas y buen ojo para las localizaciones que verdadero oficio, consistencia en su desarrollo o personalidad en la puesta en escena, igualmente abocada a los gestos previsibles (apuntalados por una música muy presente de Zeltia Montes) y a una violencia extrema y efectista.