El vendedor de sueños | Crítica

De Capra a la autoayuda

César Troncoso y Dan Stulbach en una imagen de 'El vendedor de sueños'.

César Troncoso y Dan Stulbach en una imagen de 'El vendedor de sueños'.

Tomándole prestado su título a una canción de Milton Nascimento y adaptando una novela del bestseller Augusto Cury, El vendedor de sueños llega desde Brasil para desplegar su mensaje de bondad y cambio entre aquellas almas incautas necesitadas de filosofía de mercadillo y consuelos de saldo.  

En la cornisa de un rascacielos de Sao Paulo, un profesor universitario está a punto de saltar al vacío. Llegado desde la calle, un vagabundo barbudo y harapiento lo convencerá de que no lo haga con su palabrería mesiánica y elemental. Juntos emprenderán un trayecto por la ciudad junto a un niño delincuente y otro joven sin techo con parada en funerales, asilos y arrabales que nos abrirán los ojos a una realidad doliente causada por las grandes corporaciones y un sistema corrupto que se ha olvidado del hombre.

Un levísimo aire de fábula capriana atraviesa esta película por momentos sonrojante en su simplismo buenista y redentor, aunque sus formas lujosas y su discurso sentimentaloide y melodramático contradicen a cada secuencia el espíritu de su trasfondo humanista. Paradojas de un cine más populista que popular que presupone siempre a un espectador caído de un guindo al otro lado de su retahíla de tópicos de autoayuda.