Crítica 'El origen del planeta de los simios'

El fabuloso espectáculo de la técnica sometida a la inteligencia

El origen del planeta de los simios. Ciencia ficción, EEUU, 2011, 110 minutos. Dirección: Rupert Wyatt. Guión: Rick Jaffa, Amanda Silver (Novela: Pierre Boulle). Intérpretes: James Franco, Andy Serkis, Freida Pinto, Brian Cox, John Lithgow, Tom Felton. Música: Patrick Doyle. Fotografía: Andrew Lesnie.

Rupert Wyatt, un joven productor, guionista y director inglés de corta y aún indeterminada filmografía (Subterranean, El escapista) ha logrado triunfar donde fracasaron los acreditados artesanos Ted Post, Don Taylor y J. Lee Thompson; y donde fracasó el gran Tim Burton: prolongando como secuelas (Regreso al planeta de los simios, Huida del Planeta de los simios, La rebelión de los simios, La conquista del planeta de los simios, todas estrenadas entre 1970 y 1973) o rehaciendo ( El planeta de los simios, 2001) la obra maestra rodada por Franklin J. Schaffner en 1968 a partir de una novela de Pierre Boulle. ¿Por qué acierta un joven donde fracasaron tres grandes artesanos y un maestro? Misterios del cine. Misterios del talento.

1968, con 2001: una odisea del espacio y El planeta de los simios fue un año de oro para la ciencia ficción cinematográfica. Kubrick era un genio y Franklin J. Schaffner un artesano que llamó la atención con la muy mal envejecida El señor de la guerra (1965), se encumbró con El planeta de los simios y Patton (1968 y 1969) y después tuvo una errática carrera en la que sobresalieron Papillon (1973) o Los niños del Brasil (1978). Entre él y Kubrick media un abismo, y entre sus dos películas también. Pero El planeta de los simios se convirtió desde su estreno en un gran paso adelante del género, aun estando marcada por algunas debilidades de cámara propias del cine que a finales de los 60 se tenía por moderno. La credibilidad que Schaffner, el fantástico equipo de maquilladores, el compositor Jerry Goldsmith y Charlton Heston -responsable de que la Fox produjera esta historia en principio condenada al ridículo: piensen en el reto de recrear un universo de simios parlantes antes de la era de los efectos digitales- dieron a la novela de Boulle una originalidad y una fuerza que la convirtieron en un clásico. Su famosa imagen final es uno de los iconos que representan al propio cine.

Esta película responde a ese desesperado grito final de Heston: ¿qué había pasado para que los humanos se convirtieran en bestias irracionales y los simios en los seres racionales que gobiernan el mundo? La respuesta está en el buen guión de Rick Jaffa y Amanda Silver, autores de La mano que mece la cuna o The Relic.

Prolongando la línea de ciencia ficción pesimista que está en el núcleo de la novela de Pierre Boulle, el guión carga la responsabilidad sobre la ambición no sólo científica y la falta de previsión o de escrúpulos de las grandes corporaciones que, en nombre de la ciencia y de la salud, trasgreden límites éticos y naturales provocando cambios de consecuencias devastadoras.

Este buen guión, que hace un inteligente un guiño al sufrimiento de las bestias humanizadas de La isla del doctor Moreau de H. G. Wells dando con ello densidad dramática a la película, no responde, sin embargo, a la pregunta cinéfila: ¿por qué Wyatt triunfa donde fracasaron Post, Taylor, Thompson y Burton? La respuesta hay que buscarla en el talento, ahora demostrado como más que notable, de Wyatt para orquestar y dirigir prodigiosamente una gigantesca y costosa partitura visual que va creciendo hasta alcanzar una culminación apabullante, electrizante, sorprendente (pueden seguir poniendo adjetivos a su gusto).

La arriesgada empresa de hacer creíble, espectacular, emocionante y por momentos terrorífica la desesperada intentona de volver al planeta de los simios, empresa en la que todos naufragaron, contando el inicio del cataclismo que acabará con la estatua de la Libertad medio enterrada en una playa, descansa totalmente en Wyatt, en su dominio de los tiempos narrativos, en su sabia dosificación de los crescendo de espectacularidad, y violencia no carentes de inteligencia, en su talento visual para crear atmósferas sombrías y desarrollar secuencias de tensión que rozan lo terrorífico; y, de forma muy especial, en su absoluta maestría para servirse creativa y dramáticamente de la también magistral aportación de los efectos especiales que funden actores reales y simios creados por ordenador (espléndido Andy Serkis -el Golum de El Señor de los Anillos, el gran gorila de King Kong y el capitán Haddock del esperado Tintín de Spielberg- transfigurado digitalmente en el gesto poderoso y la mirada inteligentemente terrorífica del simio César). Si esta película, que ofrece el hermoso espectáculo de la técnica sometiéndose al talento, no es una obra maestra de la ciencia ficción, roza esta categoría. Esta vez, como casi siempre pasa en el cine de efectos especiales, no había un simio tras la cámara.

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