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La gran resaca de los 60

  • Se edita por primera vez en España el mítico documental sobre la gira americana de The Rolling Stones que acabó en tragedia a finales de 1969

Gimme shelter. David & Albert Maysles, C. Zwerin Warner Home Video. 91 minutos. 9,95 euros (ed. sencilla) / 16,95 (ed. especial)

El tramo final de la década de los 60 del pasado siglo iba a vivir el florecimiento del documental rock, o rockumental, como expresión cinematográfico-musical de un momento de la historia del siglo XX marcado por la emergencia de los movimientos juveniles, el espíritu de la contracultura, la reivindicación de los derechos civiles o la estética y el modo de vida hippies.

Títulos como Don't look back (1967), sobre Bob Dylan, y Monterey Pop (1968), sobre el macrofestival del mismo nombre, ambos dirigidos por Don A. Pennebaker, o la popular Woodstock (1970), de Michael Wadleigh, daban cuenta, desde los preceptos objetivos, no intervencionistas y observacionales del cine directo (también conocido como cinéma-verité en el ámbito francófono), de los nuevos héroes de la cultura popular y de sus festivas manifestaciones masivas alentadas por una voluntad de libertad y un deseo de cambio social que coincidían con el espíritu de Mayo del 68.

The Rolling Stones, la banda de rock más famosa del momento, no iba a ser ajena a este fenómeno. Es de sobra conocida la astucia de Mick Jagger a la hora de acercarse a los creadores más importantes de su tiempo, del fotógrafo Robert Frank (Cocksucker blues, 1973) a Martin Scorsese (Shine a light, 2008), para establecer provechosos diálogos (y negocios) entre el rock, el cine, la publicidad o la moda. Si Peter Whitehead había filmado la gira del grupo por Irlanda en 1964 en Charlie is my darling (1966), a comienzos de 1969 Jean-Luc Godard se servía de la imagen de los Stones para un experimento, Sympathy for the devil, destinado a confrontar la iconografía de estos nuevos mitos, filmados en las sesiones de grabación de la famosa canción del mismo título, con el cine militante con el que estaba plenamente comprometido por entonces el director de Al final de la escapada o Pierrot le fou.

Pocos meses después de aquel rodaje, los Stones se embarcaban en una nueva gira norteamericana de diez días que iba a ser recogida por los hermanos David y Albert Maysles, prestigiosos directores de documentales como Showman (1963), Salesman (1968) o Grey gardens (1976), y por la joven cineasta Charlotte Zwerin, quien años más tarde firmaría el excelente documental sobre Thelonious Monk producido por Clint Eastwood Straight no chaser (1988).

El que estaba destinado a ser un documento celebratorio y festivo sobre el poder de la música en directo y el magnético carisma de masas de los Stones, acabaría por convertirse en lo que muchos historiadores han considerado como el testimonio del final de una época. Ya desde su arranque, Gimme shelter nos da cuenta de los trágicos acontecimientos del evento final de aquella gira, un multitudinario concierto gratuito junto al circuito de velocidad de Altamont, San Francisco, que se saldó con cuatro muertes, una de las cuales fue filmada por uno de los operadores del filme a apenas unos metros del escenario, cuando un ángel del infierno contratado para velar por la seguridad apuñaló a un joven afroamericano en una trifulca. Mick Jagger y el batería Charlie Watts asisten contritos al pase por la moviola de unas imágenes del caos y la violencia que confirmaban el descontrol absoluto de una situación que apenas unos meses antes, en el festival de Woodstock, había sido el glorioso espejo masivo de la generación del amor y las drogas.

Con la tragedia en su epicentro, Gimme shelter se convierte así en un oscuro retrato en el que las electrizantes actuaciones de los Stones, Ike & Tina Turner (masturbando literalmente al micrófono), Flying Burrito Brothers o The Jefferson Airplane quedan incluso en un segundo plano ante la evidencia, perfectamente construida a través del montaje, de que todo aquello conducía inexorablemente al desastre.

Cuarenta años más tarde, el filme permanece como un magnífico documento de una época (inocente aún, anterior a la implacable mercantilización de la cultura rock) y como una depurada muestra del talento de los Maysles para estructurar horas y horas de material en un vibrante relato generacional repleto de trascendencia para la Historia del siglo XX.

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