Crítica 'High Rise'

La histeria vertical

High-rise. Parábola retro-futurista, Reino Unido, 2015, 120 min. Dirección: Ben Weathley. Guión: Amy Jump. Fotografía: Laurie Rose. Música: Clint Mansell. Intérpretes: Tom Hiddleston, Sienna Miller, Jeremy Irons, Luke Evans, Elisabeth Moss, James Purefoy.

High-rise podría formar un perfecto programa doble con Langosta, de Yorgos Lanthimos, en su apuesta algo estomagante y arty por la distopía retro-futurista a costa de las miserias de la condición humana y la descomposición del sueño capitalista en un paisaje urbano transfigurado por el humor negro (y soez) que remite a cierta ciencia-ficción de pretensiones sociológico-filosóficas.

De Ben Wheatley ya conocíamos Down Terrace, Kill List, Turistas y A field in England, intentos de llevar el realismo británico post-free a renovados y posmodernos territorios de iconoclastia, hibridación genérica e ironía.

Con High-rise, Weathley se alía con el productor Jeremy Thomas para intentar jugar en la champions del autorismo transnacional y visionario, y lo hace de la mano de una novela de autor de culto (Rascacielos de Ballard), con protagonismo absoluto de la dirección de arte sobre la puesta en escena (más allá de algún hallazgo músico-visual) y una visión apocalíptica del futuro que remite a los años 70 del convulso periodo Thatcher como contexto en el que ofrecer un particular descenso a los infiernos de la degradación y la autodestrucción en clave de liderazgo corrupto, lucha de clases y desenfreno orgiástico inversamente proporcional a la desafiante verticalidad del rascacielos en el que viven encerrados todos sus personajes.

Parábola evidente, hiperbólica y explícita hasta los límites de lo cargante, High-rise se enfanga en su desarrollo en aras de cierto carácter episódico y ambiental para proponerse como un relato en bucle con súbitos brotes de violencia, sexo y caos, reclamos de una operación de evidente diseño con demasiado ruido de camuflaje.

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