La caza | Crítica

Carnaza con pretexto distópico

Betty Gilpin, en una escena de  'La caza'.

Betty Gilpin, en una escena de 'La caza'.

Formado con el tan interesante como irregular David Gordon Green, capaz de lo mejor (George Washington, All the Real Girls, Undertown -excelente banda sonora de Philip Glass, por cierto-, Snow Angels), lo peor (Superfumados, De culo y cuesta abajo, El canguro, Caballeros, princesas y otras bestias) y ni lo uno ni lo otro (Joe, Stronger, La noche de Halloween), Craig Zobel, desde su debut como director en 2007 con Great World of Sound, ha seguido una carrera igualmente irregular, aunque sin las idas y venidas de su maestro de un género a otro y del cine (supuestamente) independiente y atrevido al más convencional y comercial. Ambos, maestro y discípulo, son síntomas del cine y el público americano de estos últimos años. Zobel se sirve frecuentemente de la distopía (en cine Z for Zachariah, en televisión Outcast, Westworld o American Gods) para trazar una negra y deformada imagen de la América actual (la distopía es una crítica del presente que advierte de lo que sucederá si no se cambia) que en sus películas realistas -sobre todo en Compilance- plantea con más fuerza y rigor.

La caza pertenece al terreno de la distopía: la caza humana. Un tema presente en la literatura y el cine con distintos matices desde que Richard Connell publicó en 1924 The Most Dangerous Game -y en 1932 Pichel y Schoedsack la llevaron al cine en El malvado Zaroff, con un remake en 1945 de Robert Wise- hasta la reciente saga de The Purge (no casualmente de la misma productora que esta película: la Blumhouse espectacularmente crecida gracias al terror de bajo coste). Pasando, si se quiere, por las setentonas Deliverance de Boorman o Caza humana de Losey.

La película se mueve entre el humor negro crítico para derivar a lo gore más grosero sin que quede claro si lo que pretende sea tratar de determinados males presentes (la violencia cotidiana, el gusto americano por las armas, la América profunda que vota a Trump, la censura neopuritana o la llamada cultura de la cancelación) proyectándolos en un futuro exagerado o, por el contrario, sumarse a ellos para complacer a un extenso y siempre creciente público joven que se divierte -videojugando o viendo películas y series- con la violencia extrema. En algunos casos trágicos confundiendo ficción y realidad (recuérdese la matanza del cine de Aurora en julio de 2012 en el estreno de El caballero oscuro: la leyenda renace).

No queda claro (aunque uno tiene sus sospechas que otros podrían llamar prejuicios) cual sea el objetivo final de esta mediocre película cuyo estreno en septiembre de 2019 -mira por donde- se suspendió a causa de la matanza de El Paso. Que esta distopía podría tener razón en el negro futuro que plantea lo demostraría la propia existencia de la película y que se vea como algo entretenido y divertido. No era esta la función de la distopía.    

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