Un lugar tranquilo 2 | Crítica

Cuando las segundas partes son buenas

Una imagen de la película.

Una imagen de la película. / D. S.

Una inteligente, sutil y original película de terror. Lo que siempre, y ahora también, no ha sido muy frecuente. Y además con un tono fantástico de alienígenas feroces que pululan tras el choque de un asteroide. Como para no hacerse ilusiones. Hace tres años Un lugar tranquilo fue una estupenda sorpresa al jugar con gran inteligencia estas cartas desde una perspectiva totalmente nueva que ligaba terror y sonido de forma muy distinta a como se usa el ruido para asustar en el terror barato. Y ahora Un lugar tranquilo 2 hace algo aún más difícil: una segunda parte a la altura de la primera. John Krasinski ha llegado mucho más lejos de lo que su primer y prometedor largometraje, Los Hollar, hacía presagiar. Con su díptico, que será tríptico, se ha convertido en un nombre importante en la interesante, a veces divertida y no en tantas ocasiones verdaderamente creativa historia del cine de terror.

Vuelven los terribles seres ciegos que sólo se guían por el oído, y sus víctimas que sólo pueden sobrevivir sin producir sonido alguno. Vuelve el extraordinario uso del sonido y el silencio como elementos terroríficos. El cine de suspense y de terror –incluso el bélico– ha explotado ese silencio tenso del que depende la supervivencia de quien se esconde a pocos pasos de quienes le buscan. Pero nunca había llegado al grado de terrorífico virtuosismo con el que Krasinski y sus extraordinarios técnicos de sonido Ethan Van der Ryn (consagrado desde sus trabajos en Titanic y sobre todo Salvar al soldado Ryan, Oscar por El Señor de los Anillos: las dos torres) y Erik Aadahl lo utilizan. Sólo, tal vez, que yo recuerde, en esa obra maestra en su día ignorada que es La noche del cazador.

Tras un prólogo en forma de flashback que deja literalmente sin aliento, la historia amplía la lucha por la supervivencia del pequeño núcleo familiar a la comunidad. Ésta, como es sabido y el cine post-apocalíptico enseña, a veces aporta elementos positivos de solidaridad para la supervivencia de todos y a veces elementos negativos de manada unida para su supervivencia a costa de las vidas de los demás. Aunque la incorporación más interesante es la de un personaje que elige la soledad para no sufrir: en situaciones límite, amor es dolor y compañía es posibilidad de pérdida. Las personalidades de la familia Abbott evolucionan razonablemente, siempre servidas por las muy buenas interpretaciones ya conocidas desde la primera entrega.

Por pura casualidad, ya que esta segunda parte fue rodada antes de la pandemia, la película sirve también como metáfora del microscópico bicho que ha matado y mata con el mismo frenesí que los alienígenas. Y el silencio necesario para sobrevivir puede evocar las terribles imágenes de las calles de las grandes capitales del mundo desiertas durante el confinamiento. Si un libro ya clásico estudió los monstruos del cine alemán como prefiguración de Hitler, la abundancia de películas postapocalípticas, de epidemias y de catástrofes parecía prefigurar el duro año y medio que llevamos vivido, y al que casi cuatro millones de personas no han sobrevivido. Esta película –tanto en su primera como en su segunda parte– es de las mejores.

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