El milagro del padre Stu | Crítica

Salvada por Wahlberg

Mark Wahlberg, en 'El milagro del padre Stu'.

Mark Wahlberg, en 'El milagro del padre Stu'. / D. S.

Una historia de redención cien por cien americana. Stuart Long (1963-2014), crecido en una familia desestructurada en parte a causa de la trágica muerte de su hermano menor, estudiante aventajado que se licenció en Lengua y Literatura Inglesa y deportista completo que llegó a obtener importantes trofeos en boxeo hasta que se vio obligado a abandonarlo a causa de una lesión entrando en una autodestructiva pendiente de la que le salvaron -paradójicamente- un afortunado encuentro con una mujer y un desafortunado accidente de tráfico. El ateo descubrió la fe y se hizo creyente, el pendenciero se hizo sacerdote y el antiguo Stuart Long se convirtió en el padre Stu, fuertemente comprometido con la ayuda a los últimos y más desfavorecidos. Pero ahí no acaba la cosa. Para que la historia fuera más americana faltaba una enfermedad. Y Stu contrajo una rara dolencia degenerativa que al final -tras servirse de ella para dar un impresionante testimonio- acabó con él cuando contaba 51 años.

Mark Wahlberg, que no tuvo ni una infancia ni una juventud fáciles y vivió una historia de redención en la que la religión jugó un papel importante, se sintió tan identificado con este personaje que peleó -incluso arriesgando su dinero en ella- hasta poner en pie la producción con la ayuda de Mel Gibson: además de ayudarle a buscar la financiación Gibson interpreta al padre del protagonista y Rosalind Ross, su mujer, escribe el guión y la dirige debutando como realizadora y casi también como guionista, dada su breve filmografía consistente en un cortometraje y un episodio televisivo.

Wahlberg, lógicamente, se reserva el papel protagonista. Afortunadamente porque su intensa interpretación, que incluye una de esas sacrificadas transformaciones físicas que tanto estimulan a los actores dados al más difícil todavía, es la razón de ser y la razón de ver (que en cine son lo mismo) esta correcta película cuyo mayor hándicap es precisamente la corrección a la que se le escapa la hondura de la experiencia religiosa.

Está bien cuando se centra en la vida de Stu antes de su conversión y en su sobria y nada melodramática mirada a los inframundos en los que se mueve el protagonista. Están igualmente bien las interpretaciones secundarias de Gibson (el padre, una de esas interpretaciones fuertes de un carácter autodestructivo y violento que tanto le gustan), Jacki Weaver (la madre), Teresa Ruiz (la joven que marca el inicio de su conversión) y -¡sorpresa!- Malcolm McDowell (un sacerdote). Pero se queda corta al tratar de la emoción de la experiencia religiosa. Quizás por la inexperiencia de la guionista y directora, quizás por la influencia de Gibson echando una mano a su inexperta esposa, tan preocupado por lo religioso a su peculiar manera como incapaz de filmarlo con convicción. Queda una historia real interesante, una muy buena interpretación de Wahlberg y una correcta película de sobremesa de fin de semana.

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